Malestar social
El planeta entero está dando señales -incluido nuestro país- lo que debe obligarnos a repensar la forma en la que interactuamos y construimos sociedad. Es el Estado el que tiene un enorme rol, lo público y quienes lo encabezan, los que deben estar a la altura del momento y con la capacidad suficiente para entender cómo se conducen personas y sociedades.
Las señales que hoy da el mundo en relación al malestar deben ser tomados más en serio y dejar de verse como hechos aislados. Uno de los grandes errores cometidos en Chile, con la crisis social del 18 de octubre, fue ese: no atender que episodios específicos estaban vinculados íntimamente y no eran datos que debían leerse de manera particular.
La molestia por las pensiones, la gratuidad y calidad en la educación, los salarios, el acceso a la justicia, la desigualdad y la sensación de inequidad no son islas que se reproducen solas, todas están ligadas en las conversaciones que la sociedad tiene en su interior.
Eso es lo que explica la profundidad del problema, que tiene Chile y prácticamente todo Occidente, donde hay democracia y libertades, pero una ausencia de propósitos y una sensación de orfandad explicada en instituciones más débiles, liderazgos francamente pobres y la gestión del éxito entregada al esfuerzo individual con las incertidumbres que eso genera en cada ser.
El ejemplo más notorio se ve en estos días de pandemia. Con la amenaza del desempleo y las deudas, con el miedo a retroceder lo avanzado económicamente en décadas y con poco que hacer por voluntad propia.
Es el Estado el que tiene un enorme rol allí, lo público y quienes lo encabezan, los que deben estar a la altura del momento y con la capacidad suficiente para entender cómo se conducen personas y sociedades.
Pero algo ya parecía claro desde el llamado "estallido social" y es que el país debe avanzar hacia la construcción de un modelo de desarrollo distinto, que no significa la estatización de las fuerzas productivas o el fin de la propiedad, como algunos lo pudieran temer.
No. El mundo cambia, tiene otros desafíos y contextos, en la economía, el medioambiente, energía, con el avance chino y con las personas que no son las mismas de hace algunos años.
Iniciar esa discusión es fundamental y sobrepasa la gestión de una eventual nueva Constitución (quien piense que solo allí está el pozo de la felicidad es un iluso). El acuerdo y convicción debe ser más amplio.
Podemos avanzar más allá y dar un punto de partida respecto de los objetivos que deben cumplirse para resolver este dilema, a riesgo de seguir retrocediendo en el encuentro, paz social y desarrollo anhelado.