En algún momento la pandemia del coronavirus va a pasar. Pero tras el alivio, en medio de la muerte y el grave daño a toda la estructura económica y social, se mantiene otra pandemia que nos azota desde hace mucho tiempo.

Es la droga que universalmente castiga la vida, la salud, las conciencias, y que llega a dominar sociedades enteras.

Nos parece una amenaza lejana allá en México, en América Central o en Colombia. Vemos, además, cómo en estos tiempos de crisis de salud las mafias comienzan a aprovechar la situación y las autoridades se ven obligadas a dialogar con la delincuencia.

Son los casos concretos de El Salvador, Brasil y del sur de Italia, por señalar algunos conocidos en los últimos días.

Para nosotros aparecen como pandemias distantes ante las cuales estamos vacunados. Pero, ¿estamos vacunados? La realidad nacional y local parece demostrar lo contrario, pues la droga hace tiempo que en nuestro medio se muestra con su peor rostro de violencia y de muerte.

La presencia de la droga se manifiesta también en la continua incautación, generalmente procedente del norte donde ha llegado desde países limítrofes. Los cargamentos, avaluados millones de pesos, son transportados por delincuentes fuertemente armados dispuestos a defender su letal mercadería.

Esta realidad actual advierte sobre una amenaza futura. Como resultado del coronavirus y de la anterior violencia social, se avecinan tiempos muy duros con pérdida de fuentes de trabajo y grave daño a la economía.

Pero daño del tráfico o producción de droga no está sólo en la salud de las personas, está también en que la actividad es una verdadera "fábrica de delincuentes" ofreciendo "fuentes de trabajo" a quienes están desempleados y no logran recursos para el sustento personal y familiar.

Esta es una realidad, cercana, que se debe atender desde ya, en medio del desafío del coronavirus, pero que significa una amenaza peor que la pandemia por su virulencia destructiva y permanente de todo el edificio social.

Las crisis son episodios de aprendizaje. Y esta no es cualquier crisis. La estamos viviendo colectivamente, y a escala global. De acuerdo al economista sueco Bengt-Ake Lundvall (1996), estaríamos entonces frente a una de las fuentes más directas de la innovación, esta es: el aprendizaje colectivo precedido por una crisis.

Algunos ejemplos de aprendizajes en Chile: Instrumentos de apoyo a I+D+i. La generación y adecuación de instrumentos de financiamiento a proyectos de investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento. Ejemplo; para más de alguien debe ser conocido el financiamiento Corfo para estimular el desarrollo de soluciones técnicas y tecnológicas, a través de retos de innovación orientado al desarrollo de elementos de protección personal; o la búsqueda dirigida a escalar la producción de ventiladores mecánicos. La adecuación por otro lado, de instrumentos como Start-Up Chile, que permitirá financiar empresas de base tecnológica con énfasis en el covid-19.

Activación y readecuación de áreas científico-tecnológicas. Notamos el volcamiento, por parte de instituciones y universidades a un sinnúmero de líneas de investigación y desarrollo: facilitación de nuevos métodos de diagnóstico y testeo; generación y aplicación de modelamientos matemáticos para entender/predecir la evolución del comportamiento del virus; diseño, fabricación y ensamble de dispositivos protectores o respiradores, a través de impresoras 3D; la divulgación y difusión de buenas prácticas asociadas al cuidado personal y/o de alimentos.

Sin embargo, siguiendo al sociólogo Ulrich Beck (1998) ante esta gran cantidad de oportunidades y ejemplos de desarrollo, es evidente que surgen con mayor fuerza preguntas sobre riesgos y temores, los que tendremos que considerar sociocultural e institucionalmente: la regulación ética asociada a la (des) protección de datos personales que supone la aplicación de la inteligencia artificial; nos hace plantearnos la necesidad de despejar si existen riesgos.

Es obvio que hoy debemos ocuparnos de las soluciones prácticas y urgentes (entre ellas, por cierto, cuidarnos bio-psicosocialmente en casa), pero de forma simultánea estar atentos a los riesgos que las oportunidades tecnológicas siempre suponen.

Marco Rosas, director de Innovación Inacap Osorno