Como gremio para nada hemos estado ajenos a los últimos acontecimientos del país y ya hemos reflexionado en columnas anteriores sobre la necesidad de paz y encuentro entre los chilenos, y en torno a la importancia de que Chile no se detenga. Hoy, desde todos los sectores, es el momento de pasar de las buenas intenciones a las acciones concretas, que permitan dar pasos sustanciales en las demandas de la ciudadanía.

Así, hemos recogido el llamado a la acción constructiva y esta semana asistimos junto al resto de los gremios agrícolas de la Región de Los Lagos a un encuentro apolítico, coordinado por la Dirección de Investigación de la ULagos para reflexionar la visión de corto y mediano plazo de los productores agrícolas, frente a la oportunidad de instalar sus necesidades y temáticas en los procesos que se vienen.

Uno de los elementos que destacamos en este taller fue la estrecha relación entre los trabajadores agrícolas y los agricultores. Pocos saben que el sector lechero ofrece condiciones laborales sustancialmente mayores que la media regional y que la calidad de vida rural es mucho mejor que en barrios periféricos de las grandes ciudades. Esto no significa que no debamos seguir fomentando la educación y capacitación en las más diversas áreas de nuestros colaboradores.

Otro hito fue la participación de Aproleche Osorno en el Congreso de Sindicatos de Trabajadores Agrícolas, desarrollado esta semana en nuestra ciudad. Se nos invitó a exponer ante un importante grupo de dirigentes sindicales sobre la realidad del sector agropecuario en el sur, relevando justamente la cercana relación laboral que se presenta en los predios lecheros de la zona.

Las crisis generan oportunidades y para muchos pudiera ser extraño ver a un gremio agrícola participando en talleres y conversatorios, y en congresos sindicales. Sin embargo, esto es un reflejo de las amplias y diversas redes que por años hemos articulado y que hoy son más importantes que nunca, porque el gran desafío de todos los sectores es construir puentes de entendimiento y acción constructiva, que permita tanto dar curso a las demandas de la ciudadanía, como también reimpulsar en un mercado más transparente y pro-emprendimiento, la economía del país.

Marcos Winkler presidente de Aproleche Osorno

Con frecuencia, la comunidad expresa su preocupación porque encuentran que en algunos sectores de Osorno hay basura o microbasurales. Y tienen razón: basta mirar algunas calles para darse cuenta que hay papeles, restos de envases, colillas de cigarrillos y suciedad. Y ni hablar de la basura en sitios eriazos, donde vecinos de distintas clases sociales arrojan desperdicios como si se tratara de "vertederos ciudadanos". Un ejemplo de ello es el terreno abandonado en la esquina de La Pincoya con Diego de Almagro, donde residentes del sector botan desde restos del jardín hasta electrodomésticos. Si bien el aseo municipal es susceptible de mejorar, no debe desconocerse que los ciudadanos hacen muy poco por mantener la limpieza.

Hay receptáculos para los desperdicios, pero nuestros habitantes no tienen internalizada la cultura del aseo y prefieren botarlos en cualquier lugar. Mención aparte merece esa mala costumbre de lanzar los chicles al suelo, ya que se convierten en un foco de suciedad, considerando que el producto se adhiere al pavimento o a las baldosas, contamina estéticamente la ciudad y aumenta los costos de limpieza. Esta acción de arrojar la goma de mascar a la calle se produce todos los días, provocando problemas a quienes la pisan y que más tarde -al secarse- deja lunares negros.

Retirarlo es una dura tarea, porque mientras personal de aseo lo saca, por otro lado hay más personas que insisten en su acción. Hay que admitir que no se trata de un problema sólo de Osorno, sino del país.

Incluso, algunos reportajes han señalado que en importantes urbes de España los municipios han debido crear brigadas especiales para retirar los chicles de los pavimentos, en calles y plazas. Allí se ha calculado que retirar un pedazo de goma de mascar cuesta a la ciudad dos veces más que el precio que pagó el consumidor cuando compró el producto. Por ello, se han desarrollado campañas con carteles alusivos a que no se tiren los chicles en la calle y se depositen -en su envoltorio- en el papelero.

La cuestión que debemos plantearnos es que somos nosotros mismos los primeros que debemos colaborar para no agravar el problema.