Son escasas las personas que no sienten curiosidad o que no tienen interés por saber cómo se manifiesta, cómo se conquista y, naturalmente, cómo se maneja el poder.
Ya en el siglo XVI, el escritor y filósofo político de origen italiano Nicolás Maquiavelo -considerado el padre de la Ciencia Política- le dedicó el libro "El príncipe" al gobernante florentino Lorenzo de Medicis, con el fin de darle orientaciones y consejos acerca de cómo manejar el poder y, por esta vía, mantener su supremacía sobre sus pares y enemigos.
A su vez, el psicólogo Robert Greene -un experto en el tema del poder- en lugar de pretender dar lecciones a príncipes medievales para mantener la autoridad y poder total sobre los demás, pone sus enseñanzas al servicio de empresarios, directivos, políticos y líderes que están inmersos en algún tipo de régimen -capitalista, socialista, comunista o dictatorial- altamente mediatizado y que esté en el ojo público. Este experto sirve, en definitiva, a los "príncipes de la política y del mercado".
De acuerdo con Greene, cuando una persona -hombre o mujer- aprende a conquistar el poder, dicha persona mejora de manera notable, tanto su condición económica como así también su estatus personal y profesional, convirtiéndose, de la noche a la mañana, en una figura pública que ejerce impacto e influencia en la sociedad.
Y tal como lo hizo Maquiavelo en su tiempo, Greene recurre a la historia moderna y contemporánea para sacar aprendizajes, enseñanzas y conclusiones en relación con la adquisición y mantención del poder.
A diferencia del ideólogo italiano Maquiavelo, quien estudió los éxitos y fracasos de personajes históricos como Alejandro Magno, Darío el Grande y Julio César, entre otros, Robert Greene estudió la vida de figuras poderosas como Napoleón, Bismarck, Roosevelt, Stalin, Hitler, Isabel II y muchos otros. Uno de los fundamentos del poder observado en algunas de estas figuras históricas era "lograr que los demás hagan lo que uno quiera".
Greene destaca que muchos políticos tienden a mantener una relación casi despótica con sus colaboradores, mostrándose muy diestros en el arte de la intimidación progresiva, así como en la despiadada maniobra de humillar a sus interlocutores.