Desde el inicio de la pandemia, hace ya 14 meses, muchas personas en el país y el mundo se encuentran desempeñando sus tareas laborales desde su hogar, aislados de sus colegas, amigos e incluso familiares. Esto, ha incidido en que las rutinas de trabajo se han alterado, causando ansiedad y estrés en la población.

Diversos estudios han concluido que los malestares psicológicos se han desarrollado por los factores nombrados anteriormente y el sentimiento de sobrecarga de trabajo.

Por ello es fundamental respetar los tiempos de descanso durante el teletrabajo para evitar efectos negativos en el futuro.

Según la psicóloga de IntegraMédica, Andrea Cid, "si no se respetan los descansos establecidos, se le está comunicando al cuerpo y mente que se debe estar en un estado constante de alerta, lo que a mediano y largo plazo, genera un aumento del cortisol -la hormona del estrés-. Esto puede generar irritabilidad, problemas de concentración y del rendimiento laboral, angustia, cansancio y desmotivación, etcétera".

Los especialistas advierten que el tiempo de descanso de una persona, en promedio, debe ser de al menos 13 horas entre jornada de trabajo, las que deben incluir las horas de sueño recomendadas y a lo menos dos horas de tiempo en familia y relajo.

Cid recomienda establecer horarios de igual manera a como se haría en la oficina, con recreos entre medio que incluyan caminar por la casa, o el patio, o si es posible, salir a comprar.

Asimismo, es fundamental establecer horario de inicio y término de la jornada, tal como se hacía de manera presencial.

Es de vital importancia seguir los consejos de los especialistas, ya que ocupar zonas con fines laborales y que se utilizaban anteriormente como áreas de descanso, termina por provocar una sensación de que nunca se termina con el trabajo, y eso sin duda termina por generar estrés y afecta la situación emocional de las personas.

Es probable que no muchas personas sepan que el concepto abogado del diablo -"advocatus diaboli", en latín- se remonta a varios siglos atrás y hace referencia a un apelativo habitual con el que se aludía al fiscal (o promotor de la fe) en los juicios de canonización de la Iglesia Católica.

La función de este abogado -un sacerdote con un doctorado en Derecho Canónico- era cuestionar, objetar y exponer todos los errores, falsedades y omisiones contenidos en el legajo que buscaba demostrar las virtudes y los méritos del candidato a ser elevado a la categoría de "beato" o "santo de la Iglesia". Esta fórmula fue establecida en el siglo XVI por el Papa Sixto V y abolida por el Papa Juan Pablo II en 1983.

Popularmente, hacer las "veces del abogado del diablo", describe una acción, en que un sujeto B, frente a un punto de vista expresado por un sujeto A, adopta una postura opuesta, bajo el "supuesto" -a menudo de dudosa sinceridad- de ampliar el debate, o bien, con el objetivo de analizar la idea de manera más profunda, utilizando argumentos que van en total oposición de la idea del sujeto A, sin que B ofrezca algo que sea mejor, ya que sólo se limita a destrozar la idea de A.

Tom Kelley y Jonathan Littman en su libro "Las diez caras de la innovación" demuestran que muchas personas creativas han pasado por esta situación, en que se propone una idea ante el grupo que analiza un nuevo proyecto y obtiene una entusiasta oleada de apoyo por parte del grupo, sin embargo, cuando parece que ya existe la "masa crítica" de apoyo que permite dar el paso siguiente, en forma repentina, y en un instante trágico, las esperanzas del dueño de la idea se derrumban al ver cómo se levanta de la mesa un sujeto que lanza las fatídicas palabras: "Quisiera hacer de abogado del diablo…".

Hoy en día, este concepto se usa para argumentar en contra de una idea, sin que el sujeto que argumenta en contra esté comprometido o, siquiera, interesado en la propuesta.

Kelley y Littman aseguran que el abogado del diablo, hoy por hoy, sería "el mayor asesino de innovaciones", por cuanto, cada día, "miles de excelentes proyectos, ideas y planes son despedazados" por alguno de estos sujetos.

Franco Lotito, profesor del MBA de la UACh