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sólo tres días de diferencia, por lo que frecuentemente coinciden en las labores de búsqueda que aún se llevan a cabo en el río Rahue.

En el caso de Turra, se trata de su hijo Cristian Cárdenas Turra, de 33 años de edad. El 6 de julio, el preparador físico salió desde su casa en Ovejería Bajo, pasadas las 14.30 horas, con la intención de ir a cobrar un dinero que le debían y llevar su automóvil al taller.

Alrededor de las 15.02 horas llamó por teléfono a su madre -quien había viajado a Puerto Montt- para preguntarle cómo había llegado. Diez minutos después, ella trató de comunicarse nuevamente con él, pero el celular ya estaba apagado.

Horas más tarde, vecinos del sector Puerto Aravena (a orillas del río Rahue) alertaron a la Policía de Investigaciones (PDI) por un vehículo abandonado en la ribera. Sin embargo, en el lugar no había rastros de Cárdenas.

Turra reconoce que en el primer momento presintió que algo le había pasado y llegó a sentir una extraña taquicardia cuando ni siquiera se conocía la noticia. "Él fue muy apegado a la familia, hablábamos mientras estábamos distantes, sobre todo por videollamadas. Estuvo trabajando en Santiago y volvió a mediados de marzo, hacía poco que estaba acá", relató.

Por esta razón, cree que su desaparición no corresponde a un suicidio. El joven cosechó grandes logros deportivos, respaldados por más de 100 medallas, y entre sus planes estaba vender su automóvil, comprar una casa prefabricada, así como celebrar el cumpleaños de su hijo de 2 años.

"A Cristian le hicieron algo, él amaba la vida y tenía demasiados proyectos. Esto es terrible, es una angustia diaria, te arrancan la mitad de ti. A veces me pregunto ¿cómo voy a retomar mi vida posterior?. Me afecta demasiado, había una convivencia diaria y no escuchar su voz es difícil", consideró.

Si bien Turra ha participado activamente en gestiones para sumar equipos de rescate a los trabajos en el caudal, ha recorrido las riberas a diario y no hay día que no tenga a su hijo en mente. Destaca que "las pericias se hicieron demasiado tarde. Las huellas digitales del auto se tomaron cuando se cumplió un mes".

En la otra cara de la moneda está Paulina Rivera, buscando incesantemente a su madre María Melba Pozas, de 64 años de edad. La última vez que supieron de ella, el 9 de julio, dejó la casa que arrendaba en el sector oriente de la ciudad -según manifestó- para mudarse con una amiga.

"No era extraño, debido a que ella tenía amigas muy cercanas, muchos conocidos en Osorno. Eso no nos llamó la atención, no lo encontramos extraño, pero nunca nombró cuál amiga era", explicó.

Pozas había vivido un cúmulo de situaciones complejas. Sumado al fallecimiento de una de sus cuatro hijas, recientemente se había enterado que su AFP tuvo pérdidas, las cuales generaron que su pensión cayera de $130.000 a $73.000 aproximadamente. Al mismo tiempo trató de postular a beneficios sociales para sobrellevar estas circunstancias, sin éxito.

"Mi madre es muy correcta, ella nunca le faltaba el respeto a alguien. Es un rasgo muy característico, no quería ser un peso para nadie", relató.

Rivera recuerda con nostalgia ese último instante que compartieron, una semana antes del hecho, en compañía de su hijo de 7 años. "Yo había pasado por un periodo difícil y, por el tema de la pandemia, no nos habíamos visto. Entonces, me dio un abrazo muy apretado, muy fuerte, lo cual era un poco extraño, porque ella no es tan de piel. Eso fue lo último, lo tengo marcado".

Esta compleja batalla que le ha tocado librar la llevó casualmente a transformarse en la vocera del movimiento en Osorno para exigir la promulgación de una Ley de Extraviados. Después de toparse a menudo con Alicia Turra, poco a poco se vincularon a otras personas en una situación similar, bajo la misma motivación.

Doce años

Otra de ellas es Marcela Nactoch, quien conoce de cerca los protocolos vinculados al rastreo de personas. Le ha tocado lidiar con ellos constantemente desde que su hija, Hasper del Río (15 años) salió de su departamento, ubicado en Francke, para dirigirse al Instituto Comercial, donde nunca llegó.

Su norte ha sido que nadie más viva ese dolor que comenzó a experimentar el 9 de abril de 2008, por lo que considera esencial la Ley de Extraviados. "Estamos peleando para que Carabineros, Investigaciones, Fiscalía y el Servicio Médico Legal sean uno solo. Que cuando una persona desaparezca se haga una alerta, se avise a todas las policías, se activen los protocolos para encontrarla en menos de 24 horas", detalló.

Aunque la Comisión de Seguridad Ciudadana de la Cámara de Diputados dio el visto bueno al proyecto de Ley, Nactoch asegura que se han querido hacer modificaciones a la propuesta original.

"Hasper lleva 12 años desaparecida. Me hicieron una muestra biológica recién el año pasado para compararla si hay una persona fallecida. A veces pasan hasta tres meses para que se haga una diligencia", expresó.

Nactoch ha salido adelante gracias al respaldo de sus dos hijos, de 23 y 20 años, pese a su frustración de no haber visto crecer a la mayor de ellos. La repercusión de su caso ha provocado que aún reciba el cariño de la gente que se cruza al circular por la ciudad.

"Ella era una niña soñada. Hay muchas madres a las cuales les cuesta llegar a sus hijos a esa edad, con mi hija no era así. Ella era la mamá de la casa, mi apoyo, mi confidente y mi amiga. Yo le decía 'el día que muera, me iré en paz, sé que vas a cuidar a tus hermanos'. A veces me cuestiono por qué no le inculqué más que afuera existía mucha gente mala. Ella no creía en eso, me decía que la gente mala no existía, que se ponía así ya que no se le daban oportunidades", contó.