Con cierta frecuencia puede observarse a jóvenes y escolares consumiendo alguna droga lícita e ilícita en distintos puntos del centro de la ciudad y en horarios diurnos. Debe decirse, el asunto es preocupante.

En varias ocasiones se ha conocido de detenciones realizadas por la policía en contra de vendedores de estupefacientes cerca de establecimientos educacionales, lo que debe ser concluyente en relación a que la droga ronda en prácticamente todos los espacios de nuestras ciudades y en especial aquellos donde están los adolescentes.

Decir que el microtráfico está presente en muchos liceos no es un misterio y los esfuerzos hechos para frenar este problema nunca son suficientes.

Aunque pueda decirse que el problema afecta a un reducido grupo de la población estudiantil, este tipo de adicciones se contagia rápidamente y expone a los alumnos más vulnerables. Así ha ocurrido en países donde este flagelo está más desarrollado, como es el caso de México o de Colombia.

De manera permanente se informa de la presencia de microtraficantes que se colocan en las cercanías de los colegios buscando nuevos consumidores. El asunto es peor cuando hay alumnos que caen en las redes de convertirse en vendedores al interior de los establecimientos, lo que hace que la venta clandestina se masifique más rápido.

Un caso crítico es la pasta base. La policía y expertos han explicado que ese subproducto de la hoja de coca ha ganado terreno en distintos sectores. Un asunto grave es la forma en que los papelillos son hechos: usando sustancias extremadamente tóxicas y nocivas, que provocan daños enormes, sobre todo en menores.

Lamentablemente la droga trae secuelas que afectan a la convivencia escolar, y genera profundos temores en la comunidad, ya que este ambiente se mueve con violencia, razones poderosas para insistir en un combate frontal sobre una amenaza concreta sobre nuestra sociedad y especialmente sobre jóvenes y adolescentes.

Para la gran mayoría de este país, resulta ser tremendamente preocupante el clima de resentimiento, polarización, odio y violencia que continúa reinando hoy en nuestra sociedad.

En estos pocos más de tres meses desde el estallido social, se han producido más de 25 ataques a los medios de comunicación, incendios a iglesias, varios cuarteles militares y nada menos que 166 comisarías -a nivel nacional- han sido atacadas y mantenidas bajo asedio.

Un caso emblemático fue la subcomisaría de Antofagasta, que el 27 de noviembre de 2019 fue atacada por más de 12 horas -desde las 15 hasta pasadas las 2:30 de la madrugada-, convirtiéndose en el blanco de piedras, balines, bombas molotov y disparos, con un saldo final de 19 carabineros lesionados, en tanto que el 15 de enero de 2020, varias comisarías de la Región Metropolitana -entre ellas, Pudahuel, Renca, Maipú, Peñalolén- fueron atacadas de manera concertada.

Para qué hablar de las 27 personas fallecidas, los cientos de civiles heridos -y con severos traumas oculares-, los miles de locales comerciales destruidos, todo lo cual representa algo inédito y nunca antes visto en la historia democrática de Chile.

Algunas voces ya han comenzado a señalar en diversos medios de comunicación y redes sociales -Facebook, Twitter, WhatsApp, etc.- que el clima empeorará aún más en los meses venideros, empezando con el nuevo llamado de los voceros de la organización estudiantil Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) a boicotear, nuevamente, la rendición de la PSU fijada para el 27 y 28 de enero de 2020.

A tal punto ha llegado el nivel de crispación e ira descontrolada, que si alguien expresa una opinión -o se le ocurre siquiera- pensar de manera distinta a la del sujeto que tiene al frente -y que grita más fuerte-, la tanda de insultos, ataques y garabatos al por mayor, de inmediato llegan filudos como misiles al blanco escogido.

Sin embargo, esas mismas personas que insultan, agreden y descalifican, son también las mismas que luego exigen -incluso bajo amenaza- que se "respete su opinión".

Lo mínimo que uno podría esperar bajo estas circunstancias, es que la coherencia -a lo menos- hiciera, alguna vez, acto de presencia.

Franco Lotito, académico escritor e investigador (PUC-UACh)