Los árboles envidian a los pájaros porque no pueden emular sus trinos, aunque hacen citas con el viento y las ramas lo intentan, al menos.
Tampoco pueden alcanzar ni trasponer el cielo. Pero los pájaros comen de sus frutos y hacen sus casas para sus huevos y polluelos. La madera sabe de melodías porque los pájaros le traspasaron sus arpegios, mientras armaban sus nidos. No son lo mismo, no son iguales, ni similares, pero se complementan. Si faltaran los árboles, ¿dónde aminorar el sol y sus agujas amarillas? Si no estuvieran los árboles, ¿dónde las tablas para tapiar el frío, ¿dónde la ramada para que pacen los animales, la cabra, el gato montés, la telaraña?
La caléndula sueña que es más bella que el rododendro, aunque nunca podrá alcanzar su altura ni sus flores tendrán el porte del mancebo éste. Y, también el estero pretende generar más ruido que el río, porque supone que es como se puede validar un estero. Pero el río arrogante brama su viaje hacia el mar, aunque no se percate que en el mar desaparece para siempre. No sé si sepan que estero, río y mar son sólo agua: las unas dulces en disposición de recogerlas con los labios y hacerlas deslizar como en tobogán por la garganta. El agua salina que guarda el mar no podría beberse sin la mediación de un proceso de desalinización, pero sí permite el crecimiento y desarrollo de cientos de especies, las que pueden saciarnos y generar industria y trabajo. Y si hablamos de empresa, industria, mercado y trabajo, hay que decir que se complementan, se sirven, se surten las unas a las otras. Sin la existencia de una industria que precisa producir, los trabajadores no tenemos dónde generar el pan para surtir la mesa, donde desarrollar nuestra profesión u oficio, cómo mantener y educar los hijos. Las normas del mercado no siempre son todo lo justas que anhelamos, pero podemos hacer modificaciones a través de las herramientas que nos obsequia la democracia, el respeto y el buen tino.
Todo es. Todo sirve. Todo importa. Todo tiene un correlato. Lo que no podemos es hacernos fundamentalistas y pretender refundar lo que por siglos ha estado. Podemos mejorarlo, pero no destruirlo. Buena razón nos da el río al que se lo desvía para armar un estadio o un condominio. Más temprano que tarde, el agua hallará la memoria de su cauce y se llevará todo por delante.
No insultemos al hombre casi anciano que vende leña en un camión destartalado. Él la saca desde su terreno y necesita venderla para vivir. Los árboles que siega están por generaciones en sus pocas hectáreas de tierra. Otros, habrán sido plantados por sus abuelos o sus padres. Deben ser capaces de proveerle el alimento y las ramas alimentarán el fogón de su estufa, tan vieja como él. Nadie, con mediano juicio, dijo nunca que los árboles estaban sólo para rendirles pleitesía, aún los pájaros lo entienden.