Llegó la Navidad
F alta un mes para la Navidad, pero el comercio ya está repleto de ofertas, baratijas y regalos navideños. Acaba de celebrase Halloween, con fiestas, disfraces y dulces. Ahora llegó el momento de publicitar otra fecha más, y transformarla en un frenesí de compras; es una época de materialismo sin sentido. Obviamente, a las tiendas les importa muy poco que se pierda o tergiverse el verdadero sentido de la Natividad. Todo lo contrario, son los establecimientos comerciales quienes se encargan de propagar esto y de manipular las emociones de las personas, sobre todo en occidente.
Pero ¿qué es lo que la gente realmente quiere de la vida? ¿suficiente comida, una educación y unas posesiones materiales que permitan sentirse realizado? Me parece que los humanos estamos acá, de manera prioritaria, para ser felices. La comida y la vestimenta son bienes necesarios, e incluso fundamentales cuando escasean. Sin embargo, son sólo elementos externos que no engendran una dicha duradera, pues la felicidad genuina está fundamentada desde el interior de uno mismo, no en las cosas físicas. Y esto último se olvida con demasiada facilidad, sobre todo cuando celebramos la Natividad de Jesús a través de un materialismo inconducente.
Para poder resistir lo anterior, se requiere de una sólida educación espiritual, sin separarla de la formación humana en general. La formación espiritual se levanta sobre la base de una instrucción en otros aspectos humanos. Para educar el espíritu de una persona, es necesario formar la voluntad, la conciencia, la inteligencia y la capacidad de entregar amor, puro y sencillo. Sólo así se podrá resistir la debilidad de confundir amor con un apego por los objetos materiales.
En otras palabras, no se logra una vida plena si no se ha encauzado previamente la mente por el sendero de una sana y madura afectividad. No se pueden penetrar adecuadamente los misterios de la vida, sin el apoyo de una inteligencia aguda, sutil. Lógicamente, en todo ello es el espíritu que habita dentro de nosotros el que nos va guiando y el que nos entrega sus dones y conocimientos, para dirigirnos por el recto camino. Pero es necesario el concurso de una humanidad completa, que sea el cimiento sobre el cual pueda levantarse seguro el mundo espiritual. Lo físico es necesario, sin duda, más sin caer en una adoración por cosas tangibles, actitud contra la cual Jesucristo tantas veces se pronunció. Qué mejor ejemplo de aquello que haber nacido en un humilde pesebre, en tan arduas circunstancias.
Al igual que nuestro cuerpo necesita de alimento para sobrevivir y desarrollarse satisfactoriamente, y debe ser cuidado en momentos de enfermedad, también la vida espiritual necesita de ese sustento y de esa atención. No darlos en la debida proporción y con la frecuencia adecuada causa destrozos en el alma: superficialidad, indiferencia, endurecimiento del corazón y deformación de la conciencia. Así, hemos intentado transformar el pesebre de Belén en un palacio con cúpulas de oro y plata. No creo que Jesús esté muy contento con nosotros.