El crimen de un carabinero vuelve a sacudir a la opinión pública nacional, que ha visto a la institución de duelo por tres mártires en menos de un mes; todos abatidos por delincuentes con armas de fuego, mientras los uniformados cumplían con su deber de proteger a la comunidad.

Las cifras preocupan. Según antecedentes publicados por Carabineros, la estadística anual indica un promedio de 1,5 efectivos asesinados en actos de servicio entre 2017 y 2022. Pero este año ya se duplica, con las muertes del cabo primero Alex Salazar (14 de marzo de 2023), de la sargenta segunda Rita Olivares (26 de marzo de 2023) y ahora la del cabo Daniel Palma Yáñez (5 de abril de 2023).

No es el único dato complejo. Entre 2018 y 2022 fueron agredidos 7.628 carabineros en las distintas regiones del país. La lista la encabeza Santiago con 2.507 y la cierra Aysén con 67.

Impactan los números y la violencia de los hechos. Duele de manera colectiva, pues se trata de atentados contra una de las instituciones más valoradas en el país; tal como lo dicen las encuestas (78% de aprobación según la última Cadem), como lo comprendió el Congreso con la Ley Naín-Retamal y como lo ratifican las reacciones públicas que han generado estos hechos; desde los globos verdes y blancos que pusieron los vecinos en las unidades policiales, hasta la presencia de los ex Presidentes Piñera, Bachelet y Lagos, junto al Presidente Gabriel Boric, la noche del jueves en el responso por el cabo Palma.

La unidad es positiva; sobre todo considerando que todavía hay capacidad de asombro y de repudio frente a lo sucedido. Pero existe el riesgo de normalizarlo, de incluir la muerte o las agresiones a un servidor público en el catálogo diario de posibilidades, corriendo el límite de la tolerancia hacia bordes peligrosos de traspasar, sin retorno para la convivencia democrática y pacífica a la que debemos aspirar. No podemos avanzar en esa dirección. La inseguridad es un escenario incompatible con el desarrollo y con la libertad.

De Troya a la Iliada, del París de Cortázar a la Lota de Baldomero Lillo; las ciudades han existido siempre en todas partes como el lugar donde nuestras vidas suceden. Debido al tiempo que se pasa recorriendo las mismas calles, las mismas plazas, y los mismos edificios, son pocas las veces que nos detenemos a pensar sí todos somos capaces de disfrutar del entorno urbano de igual forma.

No fue hasta hace unas semanas que por asuntos de salud de un familiar muy cercano; experimenté las dificultades que existen para movilizarse en silla de ruedas, a pesar de los claros avances que se han realizado en la materia de accesibilidad.

Chile está envejeciendo. Las estimaciones indican que cerca de un tercio de la población en el 2050, estará compuesta por adultos mayores. En la actualidad, en la Región de Los Lagos, se cree que viven alrededor de 177 mil personas cuya edad supera los 60 años, y una cifra no menor, tendría más de 80.

En cuanto a las personas con capacidades diferentes, se estima que un 18% de la población de Osorno, pertenecería a esta categoría.

Sin embargo, todos en algún momento, hemos formado parte o tenido relación con de alguno de estos grupos de personas, desde los coches de bebes, hasta las sillas de ruedas, hemos deseado que las puertas (no solo las de acceso) a nuestras casas y edificios fueran más amplias, que las ventanas fueran más bajas, que el acceso al transporte urbano fuera más inclusivo y que la ciudad nos perteneciera a todos.

La Ley 20.422, que Establece Normas sobre Igualdad de Oportunidades e Inclusión Social de las Personas con Discapacidad, y que trae dentro de sus principios la Accesibilidad Universal, entró en vigencia en febrero del 2010.

En palabras sencillas, podríamos definir accesibilidad en una urbe, como el conjunto de características con las que debe contar un entorno para sea utilizado en condiciones de igualdad.

La implementación práctica de esta ley no es solo tarea de las autoridades, sino también de los arquitectos, constructores, ingenieros, que diseñan los espacios por los que circulamos, por lo que como gremio asumimos a diario este desafío.

Pero solo será posible lograr este objetivo, cuando logremos construir como sociedad, una cultura que entienda que una ciudad accesible es aquella que desde su concepción pasa inadvertida para sus usuarios porque que permite que todos los ciudadanos, en cualquier circunstancia o grupo etáreo , puedan ser completamente autovalentes.