¡Comencemos! No, no quiero confundirlos. ¡Fíjense bien en cómo escribí el título! ¿Lo advirtieron? Es usual en el último tiempo, ya casi desde dos años o poco más a esta parte, que se anuncie o disponga, aquí, allá o acullá, con unos cuantos puntos de prensa, sino alguna cadena nacional de emisoras o canales de televisión, y de manera reiterada, con pizarras de todo tipo, una variada suerte de beneficios, ayudas de emergencia, principalmente derivados de la contingencia sanitaria pandémica. Estas subvenciones, principalmente económicas, han permitido a muchos sostenerse medianamente en este periodo en que, por determinaciones de paralización de faenas, o término de estas, muchos han perdido su fuente de trabajo, o han visto mermados sus ingresos de modo significativo.
Estos anuncios, varios altisonantes, remarcan, con peras y manzanas y hasta la saciedad, quiénes son los beneficiarios, incluso, se indican números precisos de cuántos son los mismos, lo único que faltaría es que se señale un enlace oficial donde se hallaría, mediante claves o contraseñas propias, quiénes son los contados en ese total de agraciados. ¿Seré yo, señor, uno de ellos?
Esta vez, hay que reconocerlo, el anuncio ha sido un poco o muy engañoso en la comunicación de lo que se llama beneficio a los mayores de sesenta y cinco años. Ya ese enunciado, así, es engañoso y con esa "precisión" o premisa, se hace una estimación de un número fenomenal de beneficiarios. ¿Seré yo, señor? ¿Seré yo, señor, uno de ellos? Pregunta metafórica, por cierto, pero todo da como para preguntarse, ¿seré yo, señor,…?
Y se da más desarrollo de detalles de la posibilidad de beneficios a la virtual cohorte, y mientras nos abocamos a labores o haceres cotidianos, nuevamente nos asalta la duda, ¿seré yo, señor,…? Y paramos de hacer lo que hacemos, para afinar nuestra atención, en buen chileno, paramos la oreja, subimos el volumen, y ante nuevos detalles, nuevos factores, otra vez, ¿seré yo, señor, uno de ellos?
Y,… ¡manos a la obra!, aplicaremos entonces el dicho "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña"; de este modo, si no nosotros mismos, o con la ayuda de los primogénitos, buscaremos saber si somos nosotros los convocados, y así, constatamos que hay que hacer mil maromas en el notebook, allegar si no documentos, datos y más datos, unas cuantas decenas de enter y clicks, números y más números, clave única, de por medio, meterse por aquí y por acá, unos mensajes, espere, espere unos días, le avisamos… a su correo electrónico,… en fin. Para variar, todo en veremos.
¿Seré yo, señor? ¿Seré yo, señor, uno de ellos? Ya lo sabremos.
Raúl Caamaño Matamala,
profesor
Universidad Católica de Temuco