Eugenio Calcagno: "En estos tiempos, celebrar 40 años, ya es una proeza"
La libertad de prensa es, sin duda, inherente a un estado libre y consiste en no fijar limitaciones previas a lo que se publica. Si estas normas elementales contenidas en la Constitución que nos rige hubieran sido destruidas, como estuvo a punto de serlo el pasado 4 de septiembre, no estaríamos celebrando en libertad los 40 años de la fundación del diario El Austral de Osorno.
Esta conmemoración ocurre cuando nos encontramos atrapados en una burbuja crítica de nuestra historia y encima de un enjambre sísmico de la política que marcha a la deriva, como un barco que ha perdido el rumbo en medio de la tormenta.
Sin embargo, los cronistas encargados de compilar los hechos, lejos de toda presión interesada y responsablemente, señalan que la Divina Providencia se hizo presente cuando el diario La Prensa, en su agonía, le pasó el testimonio al nuevo medio periodístico, el primero en activar la nueva cadena Mercurial, llenando un vacío tan necesario como respirar.
El Austral nació, creció y llegó a la adultez en uno de los suelos más fértiles del sur austral de Chile, una zona caracterizada como la "capital agrícola y ganadera de Chile" y donde los campos son regenerados por la naturaleza que le da ese verdor perenne y también la base de una economía lentamente en expansión.
Todo comenzó cuando todavía Chile se recuperaba de la agresiva vecindad de una supuesta hermandad con Argentina, cuyo fallido intento fue frustrado con una carta del Obispo de Osorno, monseñor Francisco Valdés, poco antes de su muerte, dirigida al Papa Juan Pablo II, solicitándole su intervención, según cuenta la historia y consignada también por El Austral.
Los inicios
Meses antes, y sin previo aviso, Agustín Edwards apareció en las oficinas de la corresponsalía de El Mercurio, en calle Bulnes, expresando su deseo de instalar en esta ciudad el primer periódico de la vasta cadena y, junto con ello, el nombramiento de su primer director, Alfonso Castagneto, un experimentado profesional que se había desempeñado en las antiguas dependencias de El Mercurio de Valparaíso.
Juntos iniciamos una exploración del área agrícola, abarcando varias provincias, que mostró la importante contribución del sector a la economía regional, provocando tanto interés, que en las semanas siguientes se comenzó a publicar los días lunes una página agrícola, base de la Revista Campo Sureño que se distribuye a todos los diarios de la cadena sur.
Desde entonces ha corrido mucha agua bajo el puente. Organizar una empresa periodística requiere de tiempo y visión de futuro para que pueda aspirar al respeto y el favor de la comunidad en que se publica, evitando los riesgos que se atraviesen en su camino para sobrevivir. Su sola presencia es signo inequívoco de que El Austral llegó para preservar estos valores y proteger el interés público con noticias de contenido serio y de forma imparcial.
Todo transcurrió rápidamente, y en menos tiempo de lo pensado, nos habíamos instalado en un inmueble ubicado en el contorno de Plazuela Yungay, y años después, en un local donde funcionaba un bowling de ocho pistas, en calle O'Higgins 870 casi al llegar a Manuel Rodríguez.
El año 1988 marcó un hito en los hábitos de los reporteros profesionales, cuando la tecnología irrumpió en forma inmisericorde. Llegó la orden de cambiar las tradicionales máquinas de escribir, por algo que se llamaba "Personel Computer".
Y también un profesor encargado de adaptarnos a los nuevos tiempos, empleando advertencias siniestras de cómo tratar el teclado, para que el instrumento no explotara.
Los reporteros se abrazaron a sus máquinas y se opusieron al cambio. Pero muy pronto, las Remington, Olympia, Olivetti y Underwood fueron apiladas en un rincón de la redacción, y luego, desaparecieron. La orden era perentoria. O cambian o se van. Todos se quedaron, a regañadientes, aunque con el tiempo comprobaron los beneficios del computador, con el que muchos de los periodistas lucieron sus aptitudes de escritor.
Crisis en el agro
Mientras esto ocurría, El Austral encontró una buena causa por qué luchar. El sector agrícola enfrentaba una crisis económica importada desde Europa a comienzos de los ochenta, afectando a miles de agricultores que se habían endeudado con los bancos para diversificar su producción. Muchos cambiaron de leche a carne, otros adquirieron equipos modernos de lechería y los menos para mejorar su infraestructura. Cuando los agricultores no pudieron cumplir con los pagos, los bancos procedieron a embargar los campos y al menos 400 osorninos se vieron afectados y otros tantos en la zona del Maule y central.
Miguel Loaiza, entonces presidente de la Sociedad Agrícola y Ganadera de Osorno (Sago), junto a la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), y otras organizaciones gremiales del agro, entraron en conversaciones con el gobierno y se estudió una solución de "caso a caso".
Se dice que un periódico ha asumido una actitud impopular cuando durante una crisis éste acepta la obligación de servir y defender sus principios en apoyo a una ciudad, una institución y el país, cosas que El Austral dejó consignado en sus páginas.
Han transcurrido cuatro décadas desde que la aparición del periódico fue recibido con una fuerte necesidad de esperanza. Pero los tiempos cambian. Recientemente dejamos atrás la pesadilla de un golpe de estado fallido, aumento de la delincuencia y el terrorismo, y un sistema que amenazaba profanar nuestra forma de vida. Al otro lado de la calle, El Austral forma parte de las instituciones cuyas obligaciones son conservar nuestra independencia y proteger a la comunidad a la que sirve.
Quienes abrazamos, como una vocación, defender nuestros principios, debemos hacerlo con valor, de lo contrario, todo será en vano y nuestro futuro se desvanecerá como sal en el agua.