Cuando sólo faltan tres años para llegar al primer cuarto del siglo XXI, me parece importante reflexionar sobre nuestra historia y reconocer a quienes nos han inspirado a creer en nosotros mismos y en la fuerza que somos capaces de generar.
Hace mucho tiempo, cuando aún creía que el mundo se extendía entre el estrecho de Magallanes y el cerro Andino, en mi natal Punta Arenas, tuve la fortuna de coincidir con la profesora Marcela, quien, sin saberlo en ese momento, fue clave para que me diera cuenta de que había cierta voluntad y persistencia que me ayudarían a vencer más de un obstáculo en la vida.
Fue en segundo o tercero medio cuando tuvimos que preparar una representación teatral de alguna escena de una obra dramática. Recuerdo que, para el primer ensayo, me preparé muy bien (algo que no era tan habitual en mi etapa escolar), aprendí todos mis diálogos e improvisé una vestimenta ad hoc a mi personaje con lo que encontré en casa.
El resto de mi grupo, como se dice en buen chileno, "dio bote" y nuestra profesora, bastante molesta, nos hizo bajar del escenario del salón. Asumí que venía una muy mala nota para todos, pero entonces ocurrió la magia: ella me pidió que me quedara en el escenario e inició la representación de la escena, permitiéndome interpretar a cabalidad los diálogos de mi personaje.
Éste no fue el primero ni el último gesto con el que mi profesora generó oportunidades para que yo demostrara lo que sabía y, sobre todo, para que me diera cuenta de que era capaz de hacer grandes cosas si así me lo proponía.
Hace un par de años, tuve la fortuna de volver a verla y no dudé en darle las más honestas y sentidas gracias por lo que hizo por mí. Y es que, como profesor y como persona comprometida con la mejora permanente, no puedo desconocer que la exigencia siempre debe ir de la mano de la oportunidad de enmendar en lo que se falla y que la intolerancia debería ser hacia la misma intolerancia o hacia la indolencia, pero nunca hacia quien se esfuerza y busca aprender, aún sin ser de los más brillantes u ordenados del curso, grupo o establecimiento.
Es cierto que hoy la educación enfrenta dificultades y contextos muy diferentes a los años 90, pero creo que se pueden resolver con algo de visión y sobre todo, mucha voluntad. Por ejemplo, sé que es difícil atender la diversidad en un curso con más de 40 estudiantes y más todavía, observar alguna habilidad especial en cada uno de ellos.
Pero creo que, como profesores, debemos recordar que somos de las pocas personas que, todos los días, tenemos la maravillosa capacidad de "hacer magia" al transformar positivamente la vida de los alumnos, especialmente de aquellos que participan menos, de los más desmotivados y también de los se comportan molestos, violentos y desconfiados.
¿No será que, quizás, hasta ahora, nadie les ha dicho que son buenos -o excepcionales- para algo? ¿No será que nadie se ha dado el tiempo -como lo hizo mi profesora de Marcela al repetir la escena conmigo- de validar su esfuerzo y mostrarles lo tremendamente valiosos que son desde su individualidad?
¿Magia? ¡Claro que sí! Quizás no para nosotros, los adultos que sabemos del triple trabajo que implicaría estar atentos al más mínimo esfuerzo, virtudes o talento de cada estudiante (¡como si ya no estuviéramos sobrecargados de tareas y nuevos desafíos docentes!).
Pero ¡créanme! Un gesto, una pausa, el reconocimiento de un pequeño logro puede ser magia para un niño que, en ese mismo instante, cambia la percepción de sí mismo y por ende, de la manera cómo va a enfrentar la vida: no por nada "magia" puede entenderse como la manifestación magistral de un o una maestra.
"Como profesores, debemos recordar que somos de las pocas personas que, todos los días, tenemos la maravillosa capacidad de "hacer magia" al transformar positivamente la vida de los alumnos"