Uno de los temas en la agenda pública actual del país es la inclusión. Amplia palabra que, básicamente, engloba la intención social expresa de que "nadie se quede atrás". Uno de los aspectos básicos en este ámbito es el laboral y hacia ello apunta la Ley 21.015, vigente desde 2018 en Chile, la cual obliga a empresas de 100 o más trabajadores a destinar el 1% de su dotación "a personas con discapacidad o asignatarias de una pensión de invalidez".

Actualmente, según datos de la Dirección Nacional del Trabajo, hay 5.002 empresas con contratos vigentes a nivel nacional, lo cual se traduce en 23 mil 701 trabajadores.

En atención a lo anterior es que un objetivo para 2022 debiera orientarse hacia abrir más oportunidades de trabajo remunerado y formal para este grupo de la población. Durante enero, las empresas están obligadas a informar el cumplimiento que harán de la Ley de Inclusión Laboral y pueden hacerlo a través de la incorporación de personal o con medidas subsidiarias como contratación de empresas externas que cumplan la norma o a través de donaciones a instituciones vinculadas a la discapacidad. Pero, esto vale solamente en el caso de que la naturaleza de las funciones que desempeña no permita una presencia directa de operarios en esa condición (determinado por el seguro obligatorio de la Ley Nº16.744); o la falta de interesados en las ofertas de trabajo que se hayan formulado.

Claramente la norma establece un piso básico para cumplir. Lo ideal, sin embargo, sería que ella fuera superada voluntariamente, para que las oportunidades se multiplicaran. Pero, debe ir también de la mano con educación.

Lamentablemente, la mayoría de los adultos que vive con discapacidad solamente tiene siete años de escolaridad y eso implica también una barrera de entrada que se debe ayudar a superar.

En los últimos años, nuestro planeta se ha convertido en un lugar de muy mal carácter, donde las respuestas agresivas y violentas ante el menor disgusto o molestia están a la orden del día: los conductores en las calles y carreteras ya no discuten ni se insultan, sino que se agreden con sus respectivos vehículos sin medir las consecuencias; los clientes se enojan con el dueño del negocio o con los vendedores de las tiendas; los maridos se enojan con las esposas; los empleados se indignan y se molestan con el jefe, etc.

El ritmo acelerado de la vida moderna, el estrés acumulado debido a problemas laborales, económicos y de pareja, los efectos agobiantes de una pandemia que no cesa de angustiar y atemorizar a la población, los diversos problemas que afectan la salud y la calidad de vida de las personas, etc., tienen mucha relación con las actitudes agresivas y las explosiones de ira que vive nuestra sociedad.

Ya no existe duda alguna que estamos alterándonos más -y con mayor frecuencia- que nuestros padres, hace un par de décadas.

Diversos estudios acerca del carácter y comportamiento humano relacionados con el mal genio y la agresividad han permitido establecer que el "marido común y corriente" se altera un promedio de cuatro a seis veces por semana, el doble que su esposa. Las esposas, por su parte, suelen perder la calma y la paciencia por algunas cosas -aparentemente sin importancia- que sus maridos dicen o hacen.

Otros estudios destacan que la ira que experimenta la gente -especialmente los varones- está relacionada con la profesión de cada cual. Es así, por ejemplo, que las investigaciones señalan que -en términos generales- los abogados, médicos y gerentes de banco se enojan con moderación, mientras que aquellos empleados que deben trabajar con números, cifras y cuentas estallan con rapidez, en tanto que los trabajadores de fábricas también muestran serios problemas de carácter.

En un artículo publicado en el año 2017 acerca de las emociones básicas -ira, rabia, enfado- el Dr. Riccardo Williams destaca que el comportamiento acompañado de ira y rabia tiene muchos propósitos diferentes y los matices de las conductas agresivas, a menudo, están definidos por el marco cultural del sujeto y el contexto social en el cual se producen.

Dr. Franco Lotito, profesor del MBA de la UACh