Correo
La vida, un bien superior
Todos los días sabemos de amigos y conocidos que se "agarraron el covid", su estado de salud se complicó y, lo peor aún, perdieron su vida. Y no sabemos cuándo se acabará esta pesadilla de la pandemia.
Un sistema de salud estresado, al límite de colapsar, con un déficit no sólo en camas UCI, sino lo más importante: en el recurso humano, que es limitado y frágil (también se han enfermado e incluso hay muertos). El Gobierno trae millones de vacunas, la colocación de ellas, en conjunto con municipios, ha sido de forma brillante. A eso se agregan cuarentenas, restricciones civiles, etcétera. Todo lo anterior son datos duros de nuestra realidad cotidiana, donde el virus sigue ahí aumentando o mutando en virulencia, pero también sabemos y esperamos que todos estos esfuerzos y sacrificios derrotarán a la pandemia.
Ante esto, racional y responsablemente (si pensamos que usted está de acuerdo con el título) hay que posponer las elecciones de abril. Estoy consciente que para nuestros candidatos es un gran problema de pérdida de energía, trabajos, alteraciones familiares, recursos económicos, entre otros aspectos, pero nuestro país, nuestra región y nuestra ciudad pueden esperar un tiempo a que los candidatos y las personas que votaremos por ellos, lo hagamos sin o con poco riesgo.
Daniel Lilayú Vivanco
Federalismo
Salvo mensajes vagos y lugares comunes, la franja de constituyentes no ha aportado ningún contenido sustancial. Temáticas como responsabilidad fiscal, iniciativa exclusiva presidencial en gasto público o régimen político definitivamente serán los puntos centrales del debate competitivo que nos espera. Eso es positivo, en cuanto las discusiones se guíen por el rigor técnico y una perspectiva de largo plazo. Otra de esas aristas es la organización territorial del Estado y una de sus alternativas es el federalismo.
Esta modalidad se presenta como la opción más coherente para enfrentar los desafíos cada vez más complejos y multidimensionales de las regiones, de la mano de los mismos que las habitan y en base a fuertes mecanismos de rendición de cuentas. Los retos de la política pública, por ejemplo, de transformación digital o resiliencia climática no son iguales, ni homogéneos en las regiones de Ñuble o Antofagasta. Tampoco lo son las políticas de capacitación y reconversión en Aysén o Valparaíso para enfrentar la cuarta revolución industrial. Estos requieren flexibilidad y aterrizaje a sus contextos de base. El federalismo permite atender esas particularidades con resolución.
En pleno siglo XXI, el paso del unitarismo al federalismo en Chile no sería ni traumático, ni refundacional. Estaría dentro de las expectativas más vinculantes y técnicas para resolver brechas locales de desarrollo.
Esto es bienvenido y realista. Nuestros desafíos de desarrollo implican transitar por vías institucionales y de orden fortalecidas que hagan posible el crecimiento económico y el aumento sostenido del capital humano para enfrentar el futuro del trabajo con éxito.
Este es un sendero modernizador necesario para lograr niveles de bienestar y prosperidad que nos conviertan en el primer país desarrollado de América Latina.
Camilo Barría Rodríguez
Anarquía
El Estado ha dejado de tener el control sobre regiones de su territorio, de garantizar el Estado de Derecho y de asegurar en ellas el monopolio de la violencia física, características típicas de los Estados fallidos.
El Congreso aprueba proyectos de ley que violan normas constitucionales; guerrilleros y terroristas actúan impunemente en la macrozona sur y en las principales ciudades de Chile; los actos de insurrección revolucionaria se han manifestado con enorme violencia a partir del 18 de octubre de 2019; la ciudadanía vive con temor e incertidumbre.
Esta situación de anarquía -ausencia de poder público; desconcierto, incoherencia, confusión, caos, barullo o descontrol debido a la falta o debilidad de una autoridad- que estamos viviendo se debe principalmente a la lenidad del gobierno, que ha dejado de cumplir su obligación esencial que es la conservación del orden público, porque no aplica la violencia física legítima del Estado a la que está obligado por deber de justicia y de autoridad para reprimir a quienes subvierten el orden social e institucional de la República y lograr mediante ella la restitución del orden exigido por el bien común.
Como lo muestra la historia universal, a la anarquía sucede siempre una dictadura; con o sin guerra civil de por medio. Durante el siglo XX estas dictaduras han sido o militares o de movimientos o partidos políticos de inspiración marxista.
La dictadura, la revolución o la guerra civil ¿son fatalidades que no podremos evitar?.
Adolfo Paúl Latorre