El debate y las actuaciones públicas
El Congreso Nacional, que debería ser el centro de los debates de ideas, ha dado paso a acciones propias de un show de la farándula. La autoridad está vestida de honorabilidad, pero no basta decirlo, sino que debe ser real. Los ciudadanos esperan soluciones reales a los problemas diarios que enfrentan.
Durante las últimas semanas los medios de comunicación han destacado algunos hechos que ponen en duda el respeto con que deben tratarse las autoridades, los personajes públicos, especialmente los parlamentarios y dirigentes políticos, y sobre todo la consideración que se debe tener con quienes están investidos de la autoridad.
Con el paso de los años se ha visto que el debate de ideas fundamentadas que deberían tener quienes ejercen cargos de representación popular se ha ido reemplazando por una verdadera guerrilla verbal. El debate en torno al denominado "estallido social" de fines del año pasado acentuó esas diferencias, con andanadas de diatribas. En tanto, el Congreso Nacional, que debería ser el centro de los debates de ideas, ha dado paso a acciones propias de un show de la farándula.
Los espacios dados por los medios de comunicación -y mayormente por las redes sociales- se han convertido en campo de batalla para cualquier tema. El asunto se ve aún más profundizado cuando se desatan toda clase comentarios injuriosos.
No se trata de pretender una regulación sobre el tema, sino apelar a que el diálogo y -mejor aún- la conversación, sea respetuosa, democrática, con argumentos de fondo y con ánimo de escucharse.
Hay que considerar que todas las autoridades, los entes públicos y los partidos políticos son sometidos continuamente a evaluación. De allí, surge la necesidad de estar atentos para detectar las necesidades de la población y contribuir a atender las demandas ciudadanas, más que pensar en sacar provecho de esos cargos que, bien es sabido, ha llevado al ya conocido descrédito de la clase política. El resentimiento contra las élites políticas y gobernantes es evidente y surge en cada conversación.
Para construir el futuro se debe tener presente que la legitimidad es clave. La autoridad está vestida de honorabilidad, pero no basta decirlo, sino que debe ser real. Cuando eso no sucede, la legitimidad retrocede, el terreno cambia y pasa a ser material fecundo para los populismos, por el deterioro del debate y de la democracia. Los ciudadanos esperan hoy soluciones reales a los problemas diarios que enfrentan y no seguir acentuando las diferencias.