La intuición es el conocimiento que no sigue un camino racional para su construcción. Son reacciones emotivas, rápidas, percepciones basadas en creencias e ideologías procesadas por la parte más arcaica del cerebro. Están basadas en arquetipos adquiridos a través de milenios durante la evolución de la especie. La intuición es muy útil cuando se debe actuar apresuradamente, como por ejemplo para huir del ataque de bestias, pero no parece conveniente cuando debe enfrentarse un problema más anunciado.

Existe otro conocimiento, el racional, es el que deriva del método científico, basado en la observación sistemática, medición, experimentación y formulación de hipótesis. Sus reglas y principios buscan minimizar la influencia y sesgo del investigador. Sus conclusiones constituyen en conjunto el saber de la humanidad y se construye ladrillo sobre ladrillo, reconfigurándose cuando aparece nueva información.

Los avances tecnológicos han permitido que la capacidad de observación crezca. Es así como en 300 años hemos pasado desde poder observar las primeras células a descifrar moléculas gracias al desarrollo del microscopio. Igualmente, la capacidad de análisis de información ha tenido un crecimiento inimaginable. Cualquier computador de escritorio tiene una capacidad de procesamiento de varios teraflops, es decir, de millones de millones de operaciones por segundo. Por su parte los dispositivos móviles nos mantienen en permanente contacto. En nuestro país existen actualmente más de 25 millones de aparatos generando información respecto de nuestros hábitos.

Todo este increíble desarrollo debería ser usado y aplicado a la forma en que se toman decisiones que afectarán la vida en sociedad, especialmente en el diseño de la ciudad. Ahora que estamos pendientes de los efectos del Covid-19 podríamos mirar también lo que sucede respecto de las enfermedades respiratorias que causan más de 10.000 muertes al año. La mala calidad del aire, producto de emisiones de calefacción y transporte contribuyen a aumentarlas. Ahora que debemos restringir nuestros desplazamientos, deberíamos pensar en cómo diseñar barrios funcionalmente independientes. Ahora que debemos evitar aglomeraciones podríamos repensar el sistema de transporte público. Usemos la información, aprovechemos este tiempo sabiamente y ¡a cuidarse!

Alicia Vesperinas, presidente CChC Osorno

Dentro de las medidas anunciadas por el Ministerio de Educación tras la traumática, pero muy necesaria, prolongación de la suspensión de clases durante las dos primeras semanas de abril y el adelantamiento de las vacaciones de invierno para la segunda mitad de ese mes, producto de la pandemia del covid-19, cabe destacar el esfuerzo que se ha hecho para distribuir físicamente el material y los textos escolares que les permitan a los alumnos de más bajos recursos y cuyos hogares no cuentan con conexión a internet, seguir el plan de trabajo mensual dispuesto por las autoridades.

El Gobierno también se ha responsabilizado de mantener los beneficios de desayunos y almuerzos para los estudiantes de escuelas y liceos públicos, a través de la entrega de canastas individuales a más de un millón y medio de menores durante todo el tiempo que se prolongue la suspensión, con los lógicos desafíos logísticos que ello conlleva.

En el ámbito universitario, la educación se ha restringido casi en un ciento por ciento a las aulas online, destacando en muchas de la región la robustez de sus plataforma.

De la misma forma, el Ministerio de Educación -en conjunto con su par de Transportes y Telecomunicaciones y empresas del rubro agrupadas en Atelmo- habilitó en tiempo récord el sitio aprendoenlinea.mineduc.cl, que permitirá a millones de jóvenes acceder a contenidos educativos, guías de estudio, una biblioteca digital escolar con más de 10 mil títulos, material pedagógico y planes de orientación para docentes, entre otros beneficios.

La pandemia del coronavirus capaz de provocar el covid-19 en seres humanos es una tormenta perfecta para un país como el nuestro, cuya fractura social ya había quedado de manifiesto tras el estallido de octubre del año pasado; para su economía -ya víctima del citado desorden social y de la crisis internacional que sigue a la guerra comercial entre Estados Unidos y China-; y para su estabilidad futura. Pero es finalmente en ellos, en los chicos que hoy están en sus casas a merced de la cuarentena, en quienes debemos depositar las esperanzas de construcción de un país mejor y mucho menos desigual.

Ojalá entendamos que lo que se invierta en ellos, no sólo desde la esfera pública, sino también privada, es una decisión de futuro que nos beneficiará a todos.