Es evidente que los niños de hoy tienen enormes diferencias respecto a sus padres y con mayor razón, en relación a las generaciones anteriores. Esto debería explicarse por varias razones, entre las que podemos destacar al menos las principales: ellos nacieron en un país más rico y cercano al desarrollo, con tecnologías disponibles, lo que podríamos calificar de una sociedad moderna.
Por otra parte, bien podríamos decir que se trata de una generación sin traumas relevantes, cosa que ha sido una característica muy propia de la historia nacional.
Antes los chilenos sufrieron el quiebre de la democracia, el terremoto de 1960, que devastó gran parte del centro sur y así podemos reconocer varias experiencias colectivas marcadas por cuestiones políticas, económicas o tragedias naturales, que también han modelado nuestra personalidad, costumbres y hábitos.
Pero los niños y jóvenes de hoy no han tenido tales coyunturas, pues han nacido en un país, que, por ejemplo, suma poco más de 30 años de crecimiento casi ininterrumpido y donde la sensación de mayor bonanza parece ser una norma natural y no algo que es la resultante de un trabajo bien hecho.
Los análisis sostienen que la mayoría aprendió primero a usar un teléfono inteligente o un tablet antes que a leer, es decir, es una generación compuesta en su totalidad por nativos digitales para los que la tecnología es su manera de relacionarse con el mundo. Quizás la "creme" sea la llamada generación "Alfa", formada por niños nacidos a partir de 2010, quienes son los "hijos de la Generación Z y los Millennials".
Según el Censo 2017, esta es la segunda generación más numerosa del país, con 4.768.447 personas.
Entender esta generación es un desafío complejo para los padres que tienen menos tiempo para las labores de familia y están presionados por valores como el éxito y el dinero.
Será una tarea, muy desafiante, indagar qué efectos serán los más relevantes en los próximos años en el país.