Se ha hablado mucho de la paz necesaria para volver a nuestro país a los cauces normales, pero todo apunta a que sobrevivirá una especie de "paz armada" entre los dos poderes en pugna: El Estado con sus instituciones legítimamente constituidas y al frente las fuerzas inorgánicas apoyadas abiertamente por determinados partidos políticos y grupos antisistema, con intenciones de subvertir el orden democrático.

Todo esto en un clima exacerbado por insatisfacciones -y también diatribas- ciudadanas, como las que profusamente pueden leerse en los cantos, lienzos, carteles y grafitis que acompañan a las manifestaciones "pacíficas".

Como es absolutamente imposible satisfacer todas las demandas en el corto plazo (algunas justas, otras desmedidas y otras concretamente promotoras del quiebre institucional) las movilizaciones se mantendrán sirviendo de paraguas a la violencia.

Ante este empate de poder los dos actores del conflicto, asumiendo distintas representaciones -uno, del "estado de derecho" (el Estado) y el otro "la calle" (la ciudadanía que se manifiesta)- han optado por el camino de la paz armada, es decir por el acopio de armas ("blandas y duras" de distinto calibre y alcance) para mejorar sus posiciones de poder y alcanzar sus propósitos finales: el Estado para garantizar la sobrevivencia de las instituciones democráticas y la Calle para mejorar su posicionamiento estratégico en la lucha final por el poder.

Así veremos cómo el Estado -con la participación de sus tres poderes- intentará superar sus debilidades en la lucha contra la violencia: reformulará las políticas de seguridad ciudadana elevando el nivel de capacitación y equipamiento de las policías, creará organismos de inteligencia mínimamente aceptables para un Estado moderno y actualizará la legislación tipificando mejor las nuevas conductas delictuales observadas en los acontecimientos recientes.

En la vereda enfrente los agentes de la calle mantendrán su activa penetración en las salas de clases e universidades; la apropiación de los gremios seguirá siendo una prioridad estratégica importante; cualquier voz disidente en la calle o en los medios será violentamente desacreditada o insultada; la población debe sentirse claramente dominada y sometida por "la calle" y determinadas fuerzas políticas mantendrán inalterable su ambigüedad esperando -ingenuamente- la cosecha fácil de una democracia derribada.

Roland Matthei, presidente de la Multigremial de Osorno

Hay una persistente sequía en todo el país, que se ha venido repitiendo desde el año 2007, al extremo de que los especialistas señalan que ésta ha sido la década más seca en un siglo, debido a que en todo Chile las precipitaciones desde hace tiempo que no alcanzan los umbrales normales.

El ministro de Agricultura, Antonio Walker, ha dicho que Chile perdió el 20% de las aguas de sus embalses y, paralelamente, la menor existencia de lluvias y nevazones invernales hacen difícil recuperar el nivel del recurso acumulado. "Estamos frente a la temporada más dura de la historia, dado el tamaño de nuestra agricultura y economía", dijo la autoridad.

En noviembre de 2009, los embalses acumulaban 7.644 millones de metros cúbicos de agua y según la Dirección General de Aguas, ahora el volumen es de 6.099 millones de metros cúbicos. Entre las represas más afectadas están El Yeso, que almacena el agua que se consume en Santiago (con -64%) y Laguna del Maule (-43%). Esta sequía histórica, a la que se sumará el impacto de los incendios forestales del presente verano, que ya han consumido 13.500 hectáreas, hacen prever que habrá muchas complicaciones para enfrentar el riego en el agro. De acuerdo con los informes del gobierno, se han perdido 100 mil cabezas de ganado, principalmente caprinos, en las regiones de Atacama y Coquimbo y hay una considerable baja de la población de abejas, lo que afecta la producción apícola.

Es probable que los habitantes de los centros urbanos no alcancen a dimensionar el impacto de este "terremoto silencioso", a menos que vean cómo se estrechan los caudales de los ríos.

También ha habido en los últimos años un cambio en el régimen de lluvias, porque cuando caen precipitaciones invernales fuertes, se concentran en muy poco tiempo, por lo que el agua escurre superficialmente y no se infiltra para recargar los acuíferos.

El cambio climático es una realidad, y paralelamente, está la creciente necesidad de agua que tienen la agricultura, la industria y las ciudades. Por otra parte, la contaminación de ríos, lagunas y lagos es cada vez mayor, lo que acelera la crisis. Son situaciones que deben llevarnos a enfrentar esta realidad.