Cuando se analiza el concepto de "violencia", encontramos la siguiente definición: interacción entre dos o más personas que se manifiesta a través de ciertas conductas que, de forma deliberada, aprendida o imitada, provocan daño o una condición de sometimiento grave -de tipo físico, sexual, verbal o psicológico- a otro individuo.
Si ahora analizamos las implicaciones del concepto "violencia contra la mujer" vemos que esta expresión alude a aquella agresión ejercida por el cónyuge, la pareja, el pololo o la familia, que menoscaba la integridad física, psicológica o sexual de una mujer. Y ¿qué mejor muestra de extrema violencia que golpear, disparar o apuñalar a una mujer hasta matarla, tal como ha sucedido con los cinco femicidios consumados y ocho frustrados en las tres primeras semanas de enero?
La conferencia de las Naciones Unidas acerca de los derechos humanos celebrada en Dinamarca definió a la violencia contra la mujer como una "violación flagrante de sus derechos", situación que supone un ataque a la libertad y a la integridad física de una mujer.
El femicidio es la forma más extrema de ejercer violencia contra un ser humano. Esta realidad se asocia con la equivocada creencia, de origen cultural, de que los hombres tienen el derecho de controlar la libertad, el patrimonio y la vida de las mujeres por el sólo hecho de ser mujeres.
De acuerdo con el Sernam, en el año 2018 se cometieron en Chile 42 femicidios, una cifra que da cuenta del nivel de violencia que se comete en contra de quien, supuestamente, es "el objeto de amor" del perpetrador. El uso extremo de la violencia obliga a que sean miles las mujeres que ingresan a alguna de las 35 casas de acogida repartidas por Chile.
Se necesita un profundo cambio cultural y de mentalidad, cambio que no se logrará sólo a través de aumentar las penas, impartir órdenes de restricción o del ferviente deseo por parte de la justicia de que el agresor cambie "voluntariamente" su conducta. ¿La razón? La repetición de conductas agresivas está firmemente incrustada en la arquitectura cerebral de estos sujetos, y es muy difícil que tales personas, de motu proprio, modifiquen dicha conducta.
Las autoridades deben evaluar la urgente necesidad de invertir en programas de formación de valores y de respeto hacia la mujer desde la infancia, con el fin de cosechar más tarde los beneficios que se obtendrán y, por esta vía, evitar la muerte innecesaria de más mujeres a manos de aquellos hombres que, supuestamente, deben cuidarlas.
Franco Lotito C., académico,
escritor e investigador