Se entiende que estamos frente a una revolución cuando se produce la transferencia violenta de poder y propiedad en nombre de una idea. En la historia universal ha habido cuatro magnos acontecimientos que merecen esta denominación: la revolución religiosa del siglo XVI, la monárquica del siglo XVII, la revolución rusa social y colectivista y, por supuesto, la Revolución Francesa.
En Francia, la Bastilla era el símbolo del despotismo de la monarquía, y la toma de la misma supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución Francesa. Al igual que ocurrió en las demás revoluciones, parte importante del mundo occidental venía dando vueltas a la idea, y tuvieron que pasar varias décadas antes de que se consumara la primera intención, en este caso en la comuna de París.
A partir de 1880, el 14 de julio ha sido el día nacional de Francia, pero no para celebrar la toma de la Bastilla en sí, sino para recordar la Fiesta de la Federación de 1790, cuya fecha coincidía a propósito, y que celebraba la reconciliación y la unidad de todos los franceses. La Fiesta de la Federación es, entonces, una celebración conmemorativa del primer aniversario de la toma de la Bastilla, que por ley se celebra en esta fecha.
El pueblo de París, especialmente una masa de gente con ciertas afinidades para actuar en conjunción en momentos críticos, compuesta de trabajadores, tenderos, profesores, artistas, escritores, funcionarios menores, y sólo un puñado de ricos, se reunía para hacer lecturas de Rousseau y otros maestros, hacer discursos, cantar, recitar y llevar una vida del espíritu. De aquí nació el germen de esa idea que expresa que por el sólo hecho de nacer, todos poseemos ciertos derechos inherentes, llamados derechos del hombre, hoy ampliados a "derechos humanos".
El legado directo de la Revolución Francesa fue el nacionalismo; y junto a éste, el liberalismo en el sentido de derechos individuales y gobierno representativo. La lucha para implantar ambos en Europa, y la competencia entre ellos, definen la historia política del siglo XIX. Otras consecuencias fueron la secularización, un sinnúmero de guerras y un culto a la razón que, no obstante la opinión de tantos legítimos detractores, tiene efectos hasta nuestros días.
Con todo, son los principios de libertad, igualdad y fraternidad los que quedan en la retina de todos al momento de recordar estas fechas y al pueblo francés, principios que tienen una incesante vigencia y que nos invitan a preguntarnos en qué medida nuestra sociedad nacional y local cumple con dichos postulados.
Pablo Saint-Jean, cónsul honorario
de Francia en Osorno