Estafar: Quitar a una persona dinero o algo de valor mediante engaño. Dar a una persona menos de lo que le corresponde de una cosa o cobrarle más de lo justo. Robar: Quitar a una persona algo que le pertenece.

La diferencia entre estafar y robar es tan sutil como contundente; el ladrón entra a la casa con violencia, cara cubierta, busca, encuentra y se va. El estafador usa la persuasión, mira a los ojos, escudriña, localiza y abandona. En ambos casos nos quitan lo que hemos ganado honradamente.

Como se sabe, antiguamente el ladrón era tratado como tal y generalmente lo encerraban en la cárcel y el estafador era tan mal mirado que aun cuando no estuviera preso, estaba condenado de por vida por la propia sociedad.

Hoy, como hemos podido darnos cuenta, los ladrones andan tranquilos por la calle, asaltan con desparpajo, se pasean por tribunales, se codean con sus defensores, se burlan de Carabineros y no le temen a la justicia. Los estafadores, por su parte, con sus modernas "cutufas" se han multiplicado como margaritas y su poder de sofisticación ha llegado a tal punto que ni la ley es capaz de diferenciar entre las instituciones financieras legales y las que no lo son. Y aunque pareciera no haber mucha diferencia entre ambas, hemos sabido de una cantidad de estas entidades que bailan al margen de la ley y son capaces de hacer danzar a profesionales, herederos, estudiantes, obreros; muchos chilenos del ABC1 a la Z, todos con un múltiplo común: la ambición. Por supuesto, cada quien es dueño de hacer lo que quiera con su plata, sin embargo, esta codicia de muchos nacionales supera el mejor cuento de Dickens.

Por otro lado, hoy tenemos a varios ex presidentes enjuiciados por corrupción y un par de ellos en la cárcel. Nosotros mismos tuvimos a la máxima autoridad (Michelle Bachelet) en entredicho por corrupción familiar; y qué decir del resto de nuestra democratizada Latinoamérica. En fin, sin duda siempre habrá ladrones y cualquier día nos pueden asaltar, lo que verdaderamente aterra es que hoy ya no es "el pobre que le roba al rico", sino el rico que le roba al pobre, o en el mejor de los casos, le devuelve siete lucas.

Vivian Arend

Cada campaña electoral, cada programa de gobierno y cada administración han abordado en los últimos años, a través de diversas maneras, la necesidad de modernizar el Estado. Algunas veces con mayor ahínco; otras, en que la voluntad ha caído sucumbida ante las naturales contingencias que todo gobierno debe enfrentar; y otras, en que la emergencia de actos reñidos con las buenas prácticas de la política y de la ley han obligado al consenso de oficialismo y oposición para alcanzar estadios superiores, no ideales, de un Estado moderno.

La semana pasada, en un seminario organizado por la Multigremial de Osorno y que contó la presencia del ministro secretario general de Gobierno, Gonzalo Blumel; del senador Felipe Kast y del presidente de la Sofofa, Bernardo Larraín, se abordó precisamente la deuda que mantiene el país en materia de modernización del Estado. Y muy particularmente la enorme incidencia que tendría un Estado ágil y de adecuado tamaño para abordar la descentralización del país, otra de las brechas nacionales que se han mantenido con los años y que se logrará reducir, un poco, cuando se concrete la posibilidad de elegir mediante voto popular a los gobernadores regionales.

Modernizar el Estado significa, tal como se planteó en el seminario, introducirle amplias mejoras a la gestión con tal de que los ciudadanos puedan acercarse a él y obtener soluciones oportunas y pertinentes a sus problemas, además de anticiparse a fenómenos que ya están asomando en el horizonte, como la revolución tecnológica en ciernes que hará de la digitalización y la inteligencia artificial, tópicos comunes en los años venideros. Para eso, claro está, se requiere primero que haya una mayor penetración de la banda ancha, incluso en las zonas más aisladas.

Un Estado moderno, por ejemplo, debería haber sido capaz de fiscalizar como correspondía lo que ocurría en el puente Cancura; o bien enfrentar con rigor y celeridad la contaminación atmosférica en las ciudades del sur; o que los planes reguladores no pasen años en los escritorios a la espera de la decisión o de los recursos.