Ricardo Cifuentes
Camina apoyado en su bastón que le aporta la seguridad, que según él, requiere a sus 91 años. Es poco amigo de las entrevistas, porque asegura que lo suyo es conversar y servir a Dios, "lo que me hace muy feliz", dice el padre Pablo Fontaine Aldunate.
Se trata de un personaje habitual en la actividad de la comuna, concepto que no se discute cuando una gran mayoría lo menciona en sus encuentros, dada la vitalidad que demuestra cada día y como ejerce su labor religiosa desde hace poco más de 21 años, cuando llegó a esta ciudad.
Nacido en Quilpué, su infancia y adolescencia transcurrió en Santiago y recuerda que al fallecer su padre, fue su madre la que debió trabajar para suplir sus carencias y con ella vivió hasta su primer año en la universidad, cuando tras las dudas normales, decidió partir al seminario en la congregación religiosa Sagrados Corazones a la que todavía pertenece, influido por su progenitora, con profunda fe religiosa.
"Servir en algo a los más pobres, deseando que podamos tener un mundo mejor", señala el sacerdote que integra la Iglesia Parroquial.
En su época de adolescente aparecieron las fiestas e invitaciones, "pero me atraía la iglesia y la religión, me costó decidirme, pero después de estar un año en la universidad, opté por el seminario e inicié este trabajo que me ha colmado de satisfacciones y que me ha permitido conocer a gente tan maravillosa como la que existe en La Unión", afirma.
Sirvió su apostolado en Santiago, Concepción, Curacaví y llegó a La Unión cuando ya tenía 70 años.
"Cuando llegué a esta ciudad y a nuestra iglesia, ya era viejo, por lo que a nadie le llamó la atención y aquí hemos trabajado con mucha tranquilidad con las diferentes comunidades, cumpliendo con el compromiso contraído hace más de 70 años", señala.
"Ha pasado rápido el tiempo y los años se han ido agregando", añade este religioso que con algunos problemas de salud sigue manteniendo el vigor para compartir con la comunidad y los fieles que a cada instante le demuestran afecto.
Comedor abierto
"Muy contento porque este es un trabajo que aún puedo hacer. Sobre el comedor que lleva mi nombre en la población Irene Daiber, el mérito es de las personas que están allá, ellas usaron mi nombre, lo que es un gran orgullo, pero es muy poco lo que yo puedo hacer en un comedor para los niños, que los fines de semana no tenían dónde almorzar y que hoy está abierto, además, para otras actividades. En esta acción solidaria soy una idea, algo virtual y estoy muy contento por lo que allí se hace", sostiene.
"Lo que hice fue colaborarles con algunas cosas menores, pero son ellas, esas madres, las que trabajan cada semana para cumplir con el objetivo y satisfacer las demandas de los niños de este lugar y ahora con la formación de una orquesta extienden su labor protectora", destaca el padre Pablo.
Unionino
Confiesa que es feliz aquí, por el afecto de la gente. "Quién podría imaginarlo, estoy al final de una vocación donde me he sentido realizado, por vivir algo muy especial, esto es salir del hogar, siempre obedeciendo, sin tener casa propia, sin tener plata propia, entregado a esta tarea pastoral y vivir ayudando; es un misterio y siempre agradezco por ser feliz y porque Dios me ha regalado esto. Vivir la fe para que otros sean felices", manifiesta.
"Este amor por la iglesia pudo haber sido la novedad en los primeros años, pero ya llevo 74 años y mis deseos de servir han ido en aumento con el tiempo y mi entusiasmo no decrece", explica.
Agrega que su deseo es continuar ayudando como sacerdote, haciendo misas, bautizos y casamientos y acompañando a los fieles en sus momentos de tristeza o aflicción, algo que aún puede hacer cuando ha cumplido 91 años de vida, camina apoyado en su bastón, fiel compañero para recorrer las calles de la ciudad de La Unión, la ciudad que lo ha transformado en uno de sus hijos predilectos.