A 80 años del fin de la 2ª Guerra Mundial… pero no de la violencia
Enrique Brahm García
En mayo de 1945 llegaba a su fin el segundo conflicto mundial que costó la vida a más de 50 millones de personas y durante el cual se cometieron crímenes horrendos. Pero con ello no desapareció la violencia del panorama mundial. Tuvieron que caer dos bombas atómicas sobre Japón para que terminara la guerra en Asia, y en la zona oriental de Europa, a partir de esa fecha, se entró en un nuevo período de terror que era parte de la Guerra Fría.
En la Rusia de Stalin, el triunfo en la "guerra patriótica" que despertó un gran júbilo en la población, se vio muy luego opacado por el hecho de que con él se robusteció el orden existente. Desaparecido el peligro exterior con la derrota de la Alemania nazi ya no fue necesario hacer más concesiones para ganarse a los rusos, por lo que Stalin - cuyo poder se vio reafirmado - pudo restaurar el comunismo de la década de los treinta, el de las grandes purgas y del terror. El año de la victoria fue también el de un nuevo apogeo del "archipiélago Gulag" en el que terminaron internados más de 5 millones de personas. Los territorios que la URSS se había anexionado luego de su pacto con Hitler - los países bálticos, Bielorrusia occidental, Moldavia, Ucrania, Ucrania occidental - fueron sometidos a un nuevo y muy violento proceso de sovietización, con ejecuciones y deportaciones masivas, el que, en el caso de Ucrania, se extendió hasta 1950 por la resistencia que opuso la guerrilla nacionalista. En los países de Europa oriental que quedaron dentro de la órbita soviética, la entrada del Ejército Rojo no se recuerda como una simple liberación del nazismo, sino como el inicio brutal de una nueva ocupación. La llegada de los rusos se asocia todavía a los saqueos, la violencia arbitraria, las violaciones masivas y los ataques a los partisanos locales no comunistas. Con los rusos llegaron también los "pequeños Stalin", los dictadores comunistas que se encontraban entre aquellos escasos dirigentes marxistas, de reconocida fidelidad stalinista, que habían logrado sobrevivir a las purgas en la capital de la Unión Soviética: Walter Ulbricht en Alemania oriental, Boleslaw Bierut en Polonia, Matía Rakosy en Hungría, los que de inmediato dieron forma a un aparato policial, que haría suyo las técnicas originarias de la Cheka, al estilo de la Stasi alemana.
Terminada la guerra Stalin se quedó con los territorios que había negociado con Hitler en el Pacto nazi-soviético de agosto de 1939; por ejemplo, con la mitad oriental de Polonia, país que fue indemnizado con territorios alemanes. En la conferencia de Potsdam que tuvo lugar apenas finalizado el conflicto en Europa se estableció "el traslado a Alemania de la población alemana (…) que se encontraba en Polonia, Checoslovaquia y Hungría", todos países del área comunista. Era una forma de limpieza étnica que implicó el traslado forzado de unos 12 millones de alemanes de estos y otros países de Europa oriental a la dividida Alemania en medio de condiciones terribles que costaron la vida a cientos de miles. Esta violencia en el este europeo tiene secuelas hasta el día de hoy. Lo vemos en la guerra de Ucrania y en el temor de los polacos y de los habitantes de los países bálticos ante las ambiciones de Putin. Esperemos que no se haga realidad una tercera guerra mundial de acuerdo con lo que nos han advertido los papas Francisco y León XIV. Habrá que encomendarse a la virgen de Fátima, que en mayo de 1917 - en medio de la Primera Guerra Mundial - se le apareció a unos pastorcillos para pedirles que rezaran el rosario por la paz.