En Mesa Central de Teletrece, el diputado Diego Schalper habló de levantar la apuesta en la oposición y no renunciar a la idea de una primaria única. Dijo que para ello habría que negociar una sola lista parlamentaria e incluso planteó ofrecer su puesto de diputado. Este ha sido un tema largamente discutido y, aunque pareciera cerrada la puerta, me parece importante no dar la batalla por perdida.
Es evidente que Chile atraviesa una crisis profunda en materia económica, social y cultural: estancamiento en ideas nuevas, débil crecimiento económico, carencia en el apoyo a la innovación efectiva, pérdida de fuerza de las industrias nacionales producto de un escenario interno poco auspicioso, un Estado al que le urge una reforma que lo modernice, dramáticas cifras en natalidad y acceso a la vivienda, y una crisis de seguridad sin precedentes. En este escenario, hay quienes pensamos que sólo una alternativa de oposición puede conducirnos a salir del hoyo y navegar los años que vienen, ya que hay que superar la política identitaria y la sobreideologización que extirpó al ser humano fuera del debate público.
Es cierto que existen diferencias de fondo -y no sólo de forma- entre los distintos proyectos de la oposición, que van desde Amarillos y Demócratas hasta libertarios. Pero también es cierto que de cara a los desafíos más urgentes que debe enfrentar Chile en el corto plazo, no existen en la oposición diagnósticos tan divergentes como para enfrentar la carrera presidencial por separado.
Resulta especialmente curioso que a la oposición le cueste tanto un acuerdo político, porque si hay algo que comparten todas las líneas discursivas que esta esgrime -independiente de los distintos carismas y énfasis- es justamente poner a Chile por delante. Cuesta comprender el empecinamiento exacerbado en hacer valer las diferencias e identidades propias en quienes abogan por la superación de la política identitaria. Como si las diferencias, que ya están claras, fueran a desaparecer por construir un acuerdo político en un contexto específico y contingente. El amor verdadero por la vocación se juega en la vida real y no ideal. La política debe ser aquel espacio para que cada uno entregue lo mejor de sí para defender lo que cree, pero en la política de oficio, dicha tarea debe ser encausada en proyectos que logren vocación de mayorías en escenarios reales.