Quiero reflexionar en estas breves líneas sobre el efecto que significó para los chilenos haber quedado paralizados sin energía eléctrica desde Arica hasta Chiloé por "una operación no deseada" en la red de suministros, acaecida el pasado 25 de febrero.
Sin entrar a especular sobre las causas de este mega apagón del suministro eléctrico, las cuales a la fecha no están claras para la autoridad competente, es triste constatar la vulnerabilidad del país frente a hechos de esta naturaleza y el caos que se provocó en la vida cotidiana de todos nosotros. Ello motivó incluso al gobierno a sacar una vez más a los militares a la calle para controlar el orden público en una rutina que ya se ha hecho costumbre para una administración progresista, que gobierna bajo estados de excepción constitucional permanentes, según las diversas coyunturas, en La Araucanía, el norte grande y suma y sigue.
El apagón nos hizo constatar fehacientemente que dependemos completamente de la energía eléctrica y de sistemas que creemos óptimos y sin cuestionamientos hasta que algo sale mal. Producido el extenso apagón que duró varias horas, quedamos sin internet y redes móviles por un buen rato, colapsó la red vial por semáforos apagados, calles congestionadas y el metro fuera de servicio, que para los santiaguinos es una verdadera tragedia. Las empresas quedaron paralizadas, las transacciones bancarias y cajeros bloqueados por horas y para qué hablar de los hospitales y servicios públicos.
En suma, Chile quedó literalmente paralizado y sus autoridades no pudieron dar respuestas claras y convincentes más allá de una "operación no deseada" que de paso abrió un abanico grande de teorías conspirativas y especulaciones de todo calibre, que florecieron ante una respuesta que no dejó satisfecho a nadie.
El apagón me recordó en parte la famosa serie "The walking Dead", que habla precisamente de un mundo que queda sin redes de comunicación, todos los sistemas caen, incluso el gobierno y las policías, volviendo a una etapa rudimentaria en que prima la autotutela y el sálvense quien pueda, especialmente de la amenaza zombi. No hay gobierno, no hay comunicaciones, cero internet y volvemos a las antiguas radios de banda ciudadana en un mundo que no supo superar el colapso del sistema y sencillamente se acabó la vida en sociedad. La realidad no está tan lejos (salvo los zombis, espero). Vivimos un apagón extenso y prolongado, y quedamos sin respuestas claras ni liderazgos visibles, con pánico y angustia en la población y nuevamente los militares a la calle para salvar el día.
¿Estamos realmente preparados para este tipo de emergencias?. Los hechos demuestran que no y más vale invertir realmente los recursos en este tipo de cosas tangibles y necesarias, en vez de darles un destino oscuro e incierto.