El arte y la anticultura
Las manifestaciones artísticas y culturales se encuentran íntimamente ligadas a la personalidad de una nación, pues tienen una importante relación con el alma de los pueblos al canalizar sus tradiciones y anhelos espirituales más profundos. Así, el mundo se justifica y salva por la belleza del espíritu humano; el arte redime. Antiguamente, los pobladores cantaban y aprendían a través de sus artistas, cobrando gran importancia la música, el teatro, la escultura. Sin embargo, el genio artístico occidental -en la literatura, la música, la pintura o las artes escénicas-, se encuentra seriamente alterado en la actualidad.
En verdad, el valor de buena parte de lo que hoy pasa por arte moderno suele medirse no tanto por criterios estéticos o espirituales, sino más bien por conceptos económicos y políticos, ya que de lo que se trata es de una auténtica industria del arte con una clara orientación. Consecuentemente, se lo evalúa según principios subjetivos de mercado, con lo que dicho arte se convierte en una mercadería más que debe ser "manejada", moldeada y comercializada.
En estos casos, no se trata de arte en el sentido tradicional del concepto, sino que más bien de un proceso de poder referido a un modelo que se intenta propagar. Y como en toda práctica de venta masiva, la comercialización a través del análisis y estratificación de los mercados potenciales juega un rol muy importante. A menudo se escucha decir -como parte de una bien orquestada campaña publicitaria, tanto nacional como planetaria-, que si la mayoría de los programas de televisión, películas y videos musicales están llenos de violencia, sexo, perversión y chabacanería, ello se debe a que eso es lo que la gente pide pues refleja la ambigüedad y problemática de la vida moderna. Sin embargo, es muy probable que ello no sea tan así, ya que al ser bombardeado el público en forma masiva, intensa y continua con esta anticultura de efecto desmoralizador y perverso, no es sorprendente que ese mismo público, así educado, luego termine pidiendo precisamente aquello que resulta desmoralizador y perverso.
Este complejo proceso está íntimamente ligado con el meteórico avance planetario de una contracultura que impulsa cambios fundamentales en la manera como nos relacionamos con el arte y con todo aquello que eleve el espíritu, proceso que implica una mayor permeabilidad, debilidad y desorientación entre las mayorías ante las estrategias que conducen al debilitamiento de la moral en la sociedad moderna. Con ello, se impulsa un fuerte direccionamiento en contra de toda actitud mental y voluntad anímica que logre interponerse ante la marcha arrolladora de esta nueva forma de hacer cultura entre los movimientos intelectuales, algunos extremadamente radicalizados.
La firmeza con que los pueblos puedan enfrentar la amenaza que representan dichos procesos culturales y sociales, dependerá del grado de consciencia y fuerza de voluntad de éstos. Es posible que aún queden espacios geográficos acotados, donde existan personas que estén preparadas espiritualmente para resistir los embates de la anticultura imperante.