Escribo esta columna en medio de unos días de descanso con un grupo de amigos sacerdotes. Siempre viene bien disfrutar de la compañía de buenos amigos, con quienes compartimos el servicio al pueblo de Dios y con quienes puedo rezar, leer, conversar, pasear y compartir.
Me imagino que muchos tendremos la posibilidad de compartir algo similar en compañía de nuestras familias y amigos. Con todo, me he puesto a pensar en el significado de las vacaciones.
Me ha pasado en algunas ocasiones que he terminado más cansado después de las vacaciones que en los días de trabajo normal. Probablemente a muchas personas les pase algo parecido, terminando tanto o más agotadas. Tal vez, el estrés que se produce en medio de las vacaciones deba ser reconsiderado pensando en un mejor descanso para reponer fuerzas.
Por esa razón, parece razonable distinguir entre descanso y reposo. Este último permite volver a posar el corazón en lo realmente importante. En mi caso, resulta fundamental volver a posar mi corazón en el corazón de Jesús, donde encuentro sentido a mi ministerio, y qué mejor hacerlo con amigos que me ayudan a renovar mi seguimiento al Señor. Los antiguos filósofos griegos estimulaban el ocio como un tiempo fundamental en la búsqueda de la verdad.
Aristóteles, en su obra Ética a Nicómaco, decía que el ocio es el origen de la filosofía. De igual manera, el filósofo contemporáneo Byung-Chul Han (Seúl, 1959) advierte que el ocio se ha convertido en un insufrible "no hacer nada", en una insoportable forma vacía de vivir el trabajo; un propósito absoluto: vivir para trabajar. El ocio ayuda a redescubrir lo que muchos de nosotros lográbamos con tanta creatividad en nuestra niñez. No necesitábamos teléfonos inteligentes ni la tecnología actual para jugar. Cualquier cosa nos servía para imaginarnos una nave espacial o un camión.
Con esto, no digo que las nuevas tecnologías sean malas en sí mismas, al contrario, gozan de tantos beneficios. El problema es que, muchas veces, la comunicación digital se vuelve una comunicación sin comunidad. Igualmente, hemos perdido la capacidad de asombro, de asombrarnos con cosas tan sencillas. La naturaleza es maestra y nos puede ayudar tanto a percibir aquello que hoy no nos resulta tan espontáneo.
Si tenemos el privilegio de salir de vacaciones a algún lugar bello, aprovechemos para caminar, contemplar en silencio, escuchar la naturaleza y dejarnos recrear por ella. Asimismo, leer un buen libro, escuchar música tranquila, conversar con mayor profundidad, jugar en familia y, si es posible, conversar tranquilamente con Dios. Todo esto puede marcar la diferencia, haciendo de las vacaciones un verdadero reposo.