Desde 2011, distintas revoluciones comenzaron a estallar en Medio Oriente, un fenómeno conocido como "primavera árabe". En enero de 2015, sin embargo, el ex presidente uruguayo, José Mujica, alertó que el fenómeno sólo "ha dejado una tropa de fanáticos", mientras oleadas migratorias provenientes de países destruidos comenzaban a traspasar las fronteras europeas.
El derrocado líder sirio, Bashar Al-Assad, lideraba una dictadura de 50 años de antigüedad, primero alineada a la Unión Soviética y luego a Rusia. Hoy, su caída es celebrada simultáneamente por Israel, Estados Unidos y otros países de ese bloque, mientras que los rusos se aprecian tranquilamente resignados. Los descendientes de sirios en Chile, sin embargo, ven con pesimismo lo que algunos se apuraron en llamar "liberación". ¿Cómo es ello posible?. Aquí va la primera lección: los países sometidos por largos tiempos a graves tensiones internas sólo tienen la posibilidad de elegir entre posiciones extremas.
Los sirios chilenos, todos cristianos, llegaron hasta acá en sucesivas oleadas desde inicios del siglo XX, debido a la persecución islámica del Imperio Otomano. Fue Al-Assad padre y luego su hijo quienes garantizaron la libertad de culto. En 2013, había en Siria 1,3 millones de cristianos, pero hoy quedan unos 200 mil. También han sufrido los musulmanes moderados.
El nuevo régimen surgido del sangriento Estado Islámico y su sucesor, la Organización para la Liberación del Levante, impuso el domingo la bandera siria de 1932, poniendo fin al proyecto de República Árabe Siria y sentando las bases para una plurinación dividida en distritos, donde las potencias ejercerán su influencia en lo que fue un muy probable reparto previo a la ofensiva final que duró apenas 10 días. Segunda lección para Chile: las tensiones prolongadas en el tiempo desintegran países y, a la larga, entregan la soberanía a otros.
Occidente tiene una gran responsabilidad en la desestabilización de Medio Oriente, por su permanente improvisación, con mirada de corto plazo, que le ha llevado a establecer alianzas con grupos que buscan imponer teocracias islámicas, pero la principal culpa es de aquellos países incapaces de asumir su propia historia. Esta es la tercera lección para Chile.
Las grandes potencias, en alianza con sus corporaciones y ONG, son capaces de fomentar conflictos desintegradores. De aquí viene la cuarta lección para Chile: se debe revisar con más atención qué ofrece a cambio cada una de las causas que obtienen recursos desde el exterior.