Escribo esta columna desde Roma, en Italia, donde me está tocando participar en el Sínodo de los Obispos en representación de los obispos de Chile. El Sínodo es una asamblea de obispos escogidos de las distintas partes del mundo que se reúnen en ocasiones determinadas para tratar temas de interés eclesial. Se trata de una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI (15 de septiembre de 1965), en respuesta a los deseos de los "Padres" del Concilio Vaticano II (1962-1965) para mantener vivo el espíritu de colegialidad nacido de la experiencia conciliar. El tema central de este Sínodo es la sinodalidad. Por eso se ha conocido como el "Sínodo de la Sinodalidad". Esta, es propia de la vida de la Iglesia. Con todo, no ha sido fácil relacionarnos sinodalmente. Muchos factores lo han dificultado. Entre ellos está el clericalismo considerado por el Papa Francisco como un verdadero cáncer que tanto daño le ha hecho a la Iglesia.
Desde la experiencia eclesial, el clericalismo se entiende como una equivocada comprensión de la misión del sacerdote. Es decir "una deferencia excesiva y una tendencia a conferirle superioridad moral" por el sólo hecho de ser sacerdote. Los obispos y presbíteros llegaron en algunas épocas de la historia a alcanzar un estatus de sacralidad que los alejó de la comunidad. Surgió una visión de la función sacerdotal tan separada del mundo y considerada como la más alta vocación que un cristiano podía recibir. Esa concepción ministerial, típica del periodo de la cristiandad, todavía sigue existiendo de algún modo.
La Sinodalidad profundiza la visión de la Iglesia como pueblo de Dios. El ministro ordenado, de acuerdo con esto, se comprende al servicio de la santidad del pueblo de Dios, incluyéndose y convirtiéndose en hermano. Una de las formas más adecuadas de entender el ejercicio de la autoridad en la Iglesia es la escucha. El pastor debe escuchar a Dios y a su pueblo, así como los fieles deben escuchar a Dios y a los pastores. Esto, que debe suceder en la Iglesia, también lo deseamos y pedimos para nuestro país, ad-portas de las próximas elecciones. Sólo el diálogo y el entendimiento nos permitirá construir un país de hermanos donde reine el respeto y la búsqueda del bien común. Caminar juntos, entonces, será un desafío ineludible para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Se ha escuchado en estos días en la asamblea sinodal un fuerte llamado a la paz. De hecho, hoy el Papa rezará el Rosario en la Basílica Santa María la Mayor en Roma junto a los que estamos participando en el Sínodo y a diversas personas representativas del Pueblo de Dios, pidiendo por la paz en el mundo, especialmente donde se está viviendo la guerra. Miles de inocentes mueren a consecuencia de la guerra y la violencia. Ofrezcamos nuestra oración pidiéndole al Príncipe de la Paz que reine la paz en el mundo entero y en nuestros corazones.