La Iglesia dedica el mes de agosto a reflexionar acerca de la solidaridad, ocasión que nos permite renovar las fuerzas eclesiales en virtud de aquello que exhortaba San Alberto Hurtado: "El católico debe luchar con todas sus fuerzas valiéndose de todas las armas justas para hacer imperar la justicia". La justicia es la virtud, en el más cabal de los sentidos "porque es la práctica de la virtud perfecta, y es perfecta porque el que la posee puede hacer uso de la virtud con los otros y no consigo mismo" (Aristóteles).
En este sentido, la justicia, al parecer, es la única virtud que se orienta hacia el bien ajeno, porque se preocupa de hacer lo que le conviene al otro. Desde la visión aristotélica, lo justo preserva la felicidad. La justicia favorece la felicidad de los seres humanos y arranca de un alma buena que desea sostener esa felicidad para todos.
En el pensamiento de la Iglesia Católica, la justicia es la virtud moral que consiste en "la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que es debido". En relación con los seres humanos, la justicia patrocina el respeto de los derechos de cada uno y promueve la armonía en las relaciones humanas, entablando la equidad y el bien común. Esto exige salir de nosotros mismos para favorecer el bien de los demás. La persona justa será aquella que consecuentemente actúa más movida por el amor. El "Justo" ama a Dios y a sus hermanos. Y es por esa razón que la justificación que ofrece Jesús, el justo por excelencia es fruto de la más radical expresión de su amor: la entrega de su vida en la cruz. Para que la justicia sea más plena, debe ser animada por el amor y será más perfecta la sed de justicia cuando esta beba del manantial del amor. El amor, o mejor dicho la caridad (entendida como amar al modo de Dios), es la máxima de todas las virtudes. Esta es "el vínculo de la perfección" (Col 3, 14). Ella ordena y articula a las virtudes entre sí. Por esa misma razón es que cuando se pretende una justicia sin amor verdadero, se corre el riesgo de que termine desorientada de las otras virtudes humanas como son la prudencia, la fortaleza y la templanza.
Nuestra Iglesia de Osorno ha dado muestras de su hambre y sed de justicia. Es notable que una de sus principales características sea su connotada labor social. Varios de nuestros misioneros iniciaron junto con la evangelización, proyectos de promoción humana que favorecieron una mayor integración social de las personas. La Iglesia ha seguido impulsando iniciativas similares hasta el día de hoy: colegios ligados a fundaciones canónicas, comedores en poblaciones de alta vulnerabilidad, hogares de ancianos, albergues para gente en situación de calle, un centro de atención temprana, el invaluable trabajo de Cáritas-Osorno, entre otros. Asimismo, el financiamiento a distintas iniciativas sociales que cada parroquia organiza para atender las necesidades de los más pobres. Ciertamente que, toda la actividad social de la Iglesia nace del convencimiento de que Cristo está en el pobre y en el que sufre, y que nuestros anhelos de justicia quieren siempre arrancar de una profunda vivencia del amor al modo de Dios.