Por razones conocidas, la malla curricular en la carrera de Derecho se centra más en Roma que en Grecia. La magnanimidad de sus influyentes obras jurídicas y la monumentalidad de su edificios, que en su mayoría aún siguen de pie, hacen que la ciudad eterna sea ineludible. Sin embargo, Grecia es cuna de la democracia y sabemos de la majestuosidad de sus construcciones, aunque sea por las actuales ruinas, que dan cuenta de una alta arquitectura.
Lo anterior es relevante, porque desde la época universitaria me asiste la pregunta: ¿los griegos crearon sus edificios porque los necesitaban para el ejercicio de la democracia o es que habitar esos edificios los llevó irremediablemente a descubrir la democracia?.
Aunque parece un juego de palabras, aquella es una pregunta pertinente, pues pone de relieve la influencia que el espacio desempeña en nuestras relaciones humanas, lo que a su vez es el objeto de estudio del Derecho. Sin el diseño del teatro griego, ¿qué espacio obligaba a las distintas clases sociales de nuestros antepasados a encontrarse en un mismo lugar?. Sin el foro romano, ¿qué espacios tenían nuestros ancestros para deliberar públicamente y conseguir el apoyo de otros?. Es así, entonces, que la arquitectura y el diseño de las ciudades consiguieron hacer posible lo que sin ellas parecía improbable.
He querido plantear esta tesis, aún a riesgo de que eruditos la refuten, para dotar de sentido a dos problemáticas jurídico-sociales de gran prioridad.
La primera dice relación con el retroceso de los espacios públicos. Y con esto no me refiero a que no existan espacios de encuentro, porque los hay, sino a cómo poco a poco han comenzado a ser invadidos por intereses particulares. Calles y barrios tomados por delincuentes, veredas que comienzan a ser tomadas por casinos ilegales, si alguien pasa a las 16 horas por la plaza de Armas de Osorno el humo de la marihuana fumada por liceanos espanta a cualquiera que quiera pasar un rato familiar ahí. Luego, si alguien busca un momento de pausa diaria, la catedral suele ser un espacio de introspección, pero ahora que está invadida por un reproductor imparable de música, impide a quien cierre los ojos apreciar la diferencia entre tomar una pausa en Falabella o en el principal templo de la ciudad. Una ciudad invadida de ruido, ¿qué espacios ofrece para reflexionar los problemas que la aquejan?.
La segunda problemática es consecuencia de lo anterior. Y es que mientras los espacios de encuentro se trasladan, por regla general, a zonas más segregadas, ¿qué espacios públicos ofrecemos para el encuentro de todos, independiente del sector donde vivan? Si no nos esforzamos en crear esos espacios, la ciudad termina reproduciendo la cuna. Y esto es grave, porque implica que nuestra élite desarrolle su vida sin sentido de lo público y de deuda; y, a su vez, que los jóvenes de zonas marginadas lo hagan sin arraigo ni pertenencia.