E n 2016 fui de aquellos que organizó en un Encuentro Local Autoconvocado, especie de cabildo llamado por la entonces Presidenta Bachelet para definir la Constitución que anhelábamos. Por labores de docencia universitaria, decidimos realizarlo con estudiantes de enseñanza media. En la dinámica se nos exigía elegir un catálogo no muy amplio de derechos, desde la separación de poderes, independencia del Poder Judicial, salud, educación, etc. O sea, desde los derechos civiles y políticos hasta los sociales. Todos compitiendo por igual.
Estábamos en eso cuando los propios estudiantes advirtieron un problema: ¿cómo elegir entre la separación de poderes y un derecho social si una República y su consecuente Constitución no se entiende sino por la separación de poderes, el derecho a elegir autoridades, la independencia del Poder Judicial, entre otros? Así, decidimos agruparlos en un bloque de derechos políticos que catalogamos de "irrenunciables".
Esta vivencia reflotó hace unos días en mi memoria ante los dichos de un diputado singular quien, motivado por un triunfo electoral notable, pretendió desconocer las reglas del juego que si bien no redactó, asumió por adhesión. Enhorabuena, sus pares se encargaron de recordárselo. Y es que, como lo tenían más que claro mis alumnos aquel 2016, todo proceso constitucional se escribe sobre una hoja en blanco, pero aquella hoja no es blanca como la de una resma de oficio, sino cuadriculada, como aquellas hojas de un cuaderno sin inaugurar.
Desde hace dos siglos y medio, a esos renglones que orientan la redacción constituyente los conocemos como derechos humanos, por lo que desde ellos, toda la libertad para redactar. De hecho, los famosos doce bordes no son más que una repetición de estos aspectos, por lo que es llamativo su uso para desacreditar este proceso.
Pero, hacia diciembre, deben ser estos mismos renglones la vara con que medir si el Partido Republicano escribirá o no torcida la propuesta constitucional. Si diseña un mejor sistema político sin renunciar a las conquistas alcanzadas, conseguirán un avance cívico que debería convocar apoyo lúcido. En cambio, si termina concentrando poder, desprotegiendo al ciudadano frente al aparato estatal o retrocediendo en conquistas alcanzadas, la misma lucidez debería convocar oposición.