Hoy comienza marzo, y para nadie es novedad que este mes está cargado de una serie de gastos, tales como matrículas, permiso de circulación, útiles escolares y uniformes, entre otros. Si a esto se suma el hecho que marzo es el mes post vacaciones, donde habitualmente hay más distensión en los gastos, se genera una tormenta perfecta para cualquier familia. Prueba de ello es un reciente estudio que indicó que alrededor del 80% de los chilenos se endeudará para hacer frente a los gastos de este mes.

Según el estudio indicado, el 50% de los hogares se endeudará con tarjeta de crédito, 40% mediante avances en efectivo y un 10% a través de créditos de consumo. Antes de continuar, es necesario aclarar que la deuda, por sí misma, no es mala, toda vez que, a través de ella, se puede generar un efecto "palanca" sin el cual, por ejemplo, adquirir un bien raíz sería imposible para el promedio de los hogares. Dicho esto, se puede diferenciar entre deuda "mala" y deuda "buena".

De acuerdo a José Navarrete, director del Magister en Tributación de la Universidad Andrés Bello, una situación distinta es cuando la deuda es utilizada para financiar gastos básicos, como alimentación, lo que sería un claro síntoma de un problema estructural en las finanzas de ese hogar. Para esto, los especialistas sugieren una serie de acciones, más o menos recurrentes, pero bastante útiles, teniendo como piedra angular la confección de un presupuesto. Realizar un presupuesto, ya sea para una empresa o una familia, genera una instancia importante de análisis y conocimiento de los gastos e ingresos con los que se cuenta. A través de este ejercicio, por ejemplo, se pueden identificar los denominados "gastos hormigas", que son aquellos desembolsos que pueden parecer pequeños, pero que sumados pasan a ser importantes.

Sin embargo, para comprender todo lo anterior, es necesario que las familias se eduquen en estos temas.

La situación económica está bastante deteriorada, con altas tasas de interés, alto nivel de desempleo y una creciente inflación, es por tanto en situaciones como estas, cuando la educación financiera toma un papel preponderante dentro del contexto familiar.

En el libro Islas de Calor, de Malú Furche, Santiago arde. El fuego no se detiene y tampoco arrasa con todo. Es una persistencia, una nueva atmósfera cotidiana caracterizada por la coexistencia de lo normal y lo anormal. En estos relatos distópicos, el sur aparece como promesa de vida, una imagen idealizada ajena a la industria de la madera, del turismo y la agroindustria, un refugio frente al desastre.

Este verano esa promesa se esfumó y el sur fue escenario del encuentro ominoso entre catástrofe y turismo. Vivimos situaciones propias de lo que la académica Kemy Oyarzún llamó "cotidianidad siniestrada": una fiesta de matrimonio interrumpida por alertas de evacuación en los celulares, prohibición de fumar y hacer asados en campings repletos de turistas, noches de toque de queda en días de descanso. Se trata de escenas donde lo familiar se vuelve ajeno y lo anormal irrumpe

En nuestra situación actual, desastre y turismo deben pensarse juntos y desde una perspectiva particular. Ya no basta con apostar por un turismo de bajo impacto ambiental, cultural y social, sino que tal como se expresa en la Estrategia Nacional de Turismo 2030 es necesario diseñar e implementar un turismo implicado en la protección y conservación del medio ambiente.

En otras palabras, el rubro del turismo debe ir más allá de la responsabilidad social empresarial para asumirse como un actor social.

No hay receta para devenir actor social, pero sí ingredientes básicos. Primero, deben existir diálogo y coordinación entre los actores implicados en el turismo, incluyendo por supuesto a las comunidades locales. Que acontezcan esas sinergias supone que ha acontecido lo político, es decir, la disputa, la tensión, los acuerdos, la construcción de lo común.

Segundo, aunque el presente nos haga dudar de la existencia de un futuro y nos haga mirar con culpa hacia el pasado, será necesario pensar históricamente para re-situarnos. Sin imaginar que existe un mañana y sin remediar lo que se pueda del pasado será imposible prevenir desastres y solo podremos responder a ellos y, con suerte, recuperarnos para volver a reaccionar el próximo verano…como ha sido hasta ahora.

Isabel M. Aguilera, investigadora Ceder