Las enfermedades cardiovasculares son la causa de casi un tercio de las defunciones en el país. Y cada año en el mundo fallecen poco más de 17 millones de personas debido a enfermedades cerebro o cardiovasculares, lo que demuestra la importancia de la atención oportuna de estas patologías.

El principal riesgo de la enfermedad cardiovascular es que usualmente no presenta síntomas y que los hábitos cada vez más sedentarios de las personas, así como la mala alimentación y estimulantes, adquieren relevancia en sus causas. Las enfermedades al corazón y al sistema circulatorio se han convertido en trastornos silenciosos, pero mortales. Sólo en el caso de la hipertensión, uno de los principales factores de riesgo se presenta como uno de los desafíos de salud pública importante del país y eje para programas que buscan evitar muertes prematuras, debido a su difícil diagnóstico y a la prevalencia creciente en la población.

En el período más crítico de la pandemia, los sistemas de salud tuvieron que preocuparse preferentemente de los contagios y sus consecuencias, quedando en segundo plano las patologías de cáncer, enfermedades digestivas y neurológicas. Sin embargo, a medida que avanzó el plan de vacunación, bajaron los contagios y se levantaron las restricciones de desplazamiento, las autoridades llamaron a retomar los controles.

El consumo de tabaco, estrés crónico, ingesta excesiva de alcohol y sal, colesterol elevado, sedentarismo (sobre todo durante la pandemia), presencia de hipertensión arterial, obesidad y diabetes, son las principales causas de los problemas coronarios. Todos están ligados a un estilo de vida y conductas poco saludables. De ahí que los cardiólogos indican que ven pacientes cada vez más jóvenes con enfermedades coronarias.

Es necesario crear conciencia sobre las enfermedades cardiovasculares, sus causas, efectos y prevención. Los especialistas destacan tres aspectos fundamentales para cuidar este órgano: una alimentación sana, realizar actividad física adecuada y llevar una vida que controle el estrés y la presión arterial. Cada uno de estos puntos plantea desafíos en términos de salud y en políticas que ayuden a promover la vida sana.

Entre el 16 y 20 de enero se realizó en Osorno el XI Congreso Chileno de Antropología. El evento, organizado por la Universidad de Los Lagos y el Colegio de Antropólogos de Chile, reunió a más de 500 académicos, profesionales, estudiantes, ciudadanos y líderes comunitarios. Una semana donde Osorno se transformó en el centro de la discusión académica del país.

¿Qué nos dejó el Congreso? Recordemos que la Antropología es una disciplina de las ciencias sociales que estudia la cultura y las relaciones entre grupos y personas, históricamente orientada al entendimiento de las diferencias culturales. En el sur de Chile la Antropología se ha dedicado tradicionalmente al estudio de los pueblos originarios, las comunidades locales, los procesos de colonización y desarrollo, y recientemente, se han agregado nuevos temas de interés como la migración, los desplazamientos humanos, los conflictos ambientales, el Estado y los movimientos sociales. Muchos de los temas que fueron discutidos en los simposios, mesas y charlas del Congreso.

Hacer antropología en y desde Osorno implica un importante desafío. Requiere transformar prácticas académicas y pedagógicas construidas en años de colonialismo interno, transgredir las fronteras simbólicas que conforman el orden civilizatorio de las disciplinas científicas, integrando el diálogo de conocimientos y la interculturalidad. Implica también reescribir la historia de la ocupación del futahuillimapu, reconociendo los despojos y la violencia.

Por otra parte, nos llama a reconocer los grupos y relaciones emergentes que configuran el sur austral de Chile en la actualidad: los migrantes, los defensores ambientales, los nuevos centros urbanos, la contaminación y feminismo. También hacer antropología en las regiones de Chile implica luchar contra el metropolitanismo endémico del país, una conformación territorial que suele dejar a las zonas más alejadas como lugares carentes de cualquier producción científica e intelectual, y en consecuencia, invisibilizando las identidades y prácticas culturales que caracterizan el territorio. Hacer antropología en y desde Osorno significa pensar y actuar en un mundo en transformación.

Francisco Araos, investigador del CEDER