A la palabra de honor; un voto. ¿Palabra de honor? ¿qué es eso? Eso es una promesa inviolable, un contrato indisoluble, tácito y solemne que una persona ofrece a otra, donde la reputación individual, el orgullo familiar y el bien común, están en juego. Antiguamente, la palabra de honor era un sistema común para formalizar y materializar todo tipo de compromiso, incluido el financiero. Aún más, grandes empresas, tal vez los mejores negocios, fueron hechos sobre este acto de confianza entre dos o más personas. Hoy, en cambio, nadie vale si no tiene el respaldo de una firma y nada se realiza si no tiene un timbre encima. De hecho, las notarías se llenan de individuos buscando aval para su integridad, los bancos poseen en sus bóvedas bosques enteros en letras, bonos y pagarés. Prácticamente estamos catapultados con leyes, trámites, decretos, timbres, firmas y fotocopias porque la palabra empeñada ya no es suficiente.
Al respecto, estamos siendo testigos impávidos del cómo engañar a tu prójimo como a ti mismo: coimas, corrupción, descomposición, perversión, todo un mundo putrefacto, mentiroso, donde los actores se saltan los valores que dicen defender para obtener plata fácil, para alcanzar el poder. Desde el ciudadano mínimo a la máxima autoridad.
¿Autoridad?, listo aquí si se avinagra el artículo. Llegamos al caso Odebrecht. Sin duda, cuando don Norberto fundó esta empresa en Salvador de Bahía en 1944, jamás imaginó la escoba que quedaría en Latinoamérica, que su sueño iba a terminar con políticos en juicios y un ex presidente en la cárcel, ese cuadro no debe haber estado presente ni en sus mejores pesadillas.
¿Pesadilla? No es por pelar, pero la reelección de Lula en Brasil, Kishner en Argentina o García en Perú y tantos ex presidentes, ex presidiarios y de nuevo electos y como han conducido y dejado a su país, ya no es una pesadilla, es una realidad aterradora.
Está comprobado: la corrupción es la mejor arma para desplomar una civilización… ¿Y?
Y aquí estamos, siglo XXI entre hologramas y naves espaciales, lloriqueando y culpando a presidentes, como si estos se eligieran solos. Aquí entre nosotros ¿qué tenemos en la cabeza?, ¿usted que cree...?
Vivian Arend