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De amor y postergación: la realidad de cuidadoras de familiares dependientes

Son personas que prestan asistencia a un adulto mayor con múltiples enfermedades con quien viven en el mismo hogar y los une un parentesco directo, normalmente los padres. Su labor no es remunerada, es invisible para el Estado y la sociedad, aunque terminan pagando un alto costo físico, emocional y familiar. Tres osorninas relatan su historia de sacrificio, reflejo de una situación que se puede prolongar por décadas y que afecta a miles de personas.
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Asumir el cuidado permanente de un familiar con dependencia física o cognitiva severa no es una tarea fácil. Por su grave condición de salud, necesitan la asistencia de otras personas para realizar labores diarias, lo que involucra desde la alimentación, abrigo, limpieza del entorno, aseo personal, salud, acompañamiento, entre muchos otros aspectos. Los cuidadores no tienen pausa ni descanso, deben estar atentos y disponibles 24 horas, los 365 días del año, para asegurar el bienestar económico, emocional, físico y síquico de la persona receptora de cuidados.

Una difícil realidad que miles de personas desarrollan silenciosamente, postergando su vida personal para ser cuidadores, principalmente de sus padres de edad avanzada, que padecen graves patologías físicas que los mantienen postrados y totalmente dependientes para subsistir. Son personas que efectúan una asistencia completa, sin recibir ninguna remuneración a cambio, aunque terminan pagando un alto costo físico, síquico, socioeconómico y familiar.

Una realidad invisible para el Estado y la sociedad, de la cual se han realizado distintos estudios nacionales e internacionales, lo que evidencia que el cuidado de un familiar dependiente lo asume alguien que vive en el mismo hogar. El 98% son mujeres, dueñas de casa que tuvieron que dejar sus trabajos para transformarse en una figura trascendental que se ocupa de mantener la calidad de vida de la persona que presenta un avanzado estado de dependencia.