Para qué educamos
Los titulares de los medios de comunicación con mayor frecuencia nos informan de situaciones de descontrol, violencia e indolencia. Pareciéramos estar ante la realización del argumento de una novela distópica o película futurista en la que la humanidad se ve huérfana de toda sensibilidad y empatía, algo así como "Mad Max", "Los hijos del hombre", "1984" o "Fahrenheit 451".
Como consecuencia de lo anterior, es posible escuchar acusaciones cruzadas entre familia, escuela, autoridad educativa y sociedad; las que no abordan soluciones concretas, ni autocríticas que se traduzcan en mejorar la formación integral de niños y adolescentes. Esta suerte de estancamiento pareciera no tener una sola causa y por lo tanto, su solución requiere de la participación activa de muchas voluntades.
A pesar de lo anterior, entre tantas historias de pesimismo y decadencia, siempre encontramos estudiantes que mantienen viva la esperanza: esos que toman iniciativas en ayuda de la comunidad; esos que regalan su tiempo y dedicación en beneficio de las personas más necesitadas; esos que se conmueven con el dolor ajeno y lideran y contagian las ganas de hacer del mundo un lugar mejor.
Cómo no conmoverse cuando un joven de 15 o 16 años dice "¿sabe profe? quiero estudiar tal carrera para ayudar a mi familia"; o cómo no emocionarse hasta el alma cuando un grupo de chiquillos cruza la ciudad, todas las semanas, para acompañar, conversar, jugar ludo o simplemente escuchar a abuelitos que viven en absoluta soledad y que son acogidos por una bella fundación osornina.
Cómo no sentir orgullo cuando, dentro de toda esa estructura academicista, hay estudiantes que explotan como una granada de luz y curiosidad, yendo mucho más allá de lo que dicta un objetivo curricular a través de las ciencias, las artes o el juego propio que se esconde tras cada definición o fórmula.
Entonces me pregunto ¿Por qué educamos? ¿Cuál es el sentido de la acción docente? ¿Acaso completar un programa de estudios de una asignatura? ¿Poner una nota para certificar el logro de objetivos de aprendizaje? ¿Hasta cuándo mantendremos la unilateralidad como sistema comunicativo-pedagógico para pretender aprendizajes profundos o significativos?
Un gran desafío para las instituciones formadoras de docentes será instalar en los futuros colegas esas preguntas trascendentales porque está claro que la actual situación no se va a arreglar con más asignaturas o más horas de permanencia haciendo lo mismo, ni asegurando que todo lo que se pretende enseñar es importante para la vida cuando mucho de ello pasa sin pena ni gloria ante los problemas actuales que enfrentamos como sociedad.
Hace mucho tiempo tuve un inolvidable (y no precisamente por sus virtudes) profesor "curita" que decía: "los sietes para Dios, los seis para el padre y de ahí hacia abajo estarán los alumnos". ¿Cómo olvidarlo? Fue bien inspirador ya que cuando fue mi turno de evaluar a los estudiantes, planteé "todos ya tienen un siete y la tarea consiste en cuidar que esa máxima calificación se mantenga con trabajo y dedicación".
Todos tienen la posibilidad de buscar incansablemente la verdad y la justicia; la belleza y la alegría; y estoy convencido de que cada niño, niña o joven tiene un misterioso don que debemos descubrir y esa búsqueda incansable es la que debe transformar de manera definitiva la razón de ser de toda acción educadora.
Cómo no conmoverse cuando un joven de 15 o 16 años dice "¿sabe profe? quiero estudiar tal carrera para ayudar a mi familia"; o cómo no emocionarse hasta el alma cuando un grupo de chiquillos cruza la ciudad, todas las semanas, para acompañar, conversar, jugar ludo o simplemente escuchar a abuelitos que viven en absoluta soledad.