Keri y el DeLorean
Hace unos días tuve la oportunidad de compartir con un grupo de acción social que se dedica a apoyar y asistir a personas de la tercera edad que tienen condiciones socioeconómicas vulnerables. En dicha instancia, me encontré con dos profesoras normalistas jubiladas, de 90 y 91 años cada una, voluntarias de la fundación, con una lucidez admirable y un gran deseo de seguir ayudando en todo lo que les sea posible. Me contaron dónde estudiaron, dónde trabajaron, las cosas que constituían su vida cotidiana y cómo llegaron al grupo de acción social, las labores que realizan y lo importante que es para ellas ayudar a los demás.
En ese momento, no pude dejar de pensar en tantos estudiantes que, por diversos motivos, no son capaces de ver su gran potencial. Comprendo perfectamente que hoy las principales carencias no sólo pasan por lo material, sino que también por lo afectivo, social y emocional, pero qué complejo debe ser pararse ante una persona de 90 años que continúa ayudando a los demás y decirle que no tienes ganas de estudiar, que te da lo mismo todo o que no te sientes bien porque los demás te dicen cosas que te molestan.
Hemos alimentado nuestro ego con vastedad de artilugios superfluos que van desde los accesorios, el vestuario, el calzado, el lugar donde vivimos, el automóvil, la bicicleta y ni hablar de lo tecnológico; todo filtrado por marcas que nos dan un estatus especial. Y a pesar de toda esa supuesta satisfacción, con recurrencia, nos encontramos con situaciones de insatisfacción o de permanente malestar por aquello que aún no conseguimos, especialmente tiempo para nosotros mismos.
La tan comentada crisis valórica que hoy se ve reflejada en diversas situaciones que protagonizan niños y jóvenes, marcadas por la intolerancia, el acoso y la violencia no son más que un reflejo de nuestra propia incapacidad, como adultos, de haberlo previsto y habernos comprometido a acciones concretas, más allá de justificar nuestra ausencia, levantar sanciones inquisidoras o buscar en los psicotrópicos fórmulas para adormecer a las nuevas generaciones.
La tarea es probablemente una de las más complejas de asumir: lo que alguna vez fueron las guerras, las enfermedades, el enemigo externo, los desastres naturales; hoy son la desidia, la intolerancia y una profunda depresión social donde campea la falta de respeto de la mano de una superficialidad radical ante la armonía o la belleza.
A veces, cuando estoy con los estudiantes, fantaseo con la posibilidad de volver a ser un adolescente, hacer todo aquello que no hice y enmendar tantos errores que cometí, aprovechando las oportunidades que dejé pasar. Algo así como en "Volver al futuro", pero después de conocer a Keri (una de las colegas normalistas), me di cuenta que no es necesario el DeLorean. Lo que realmente es meritorio es cambiar y persistir; comprender que lo nuevo y lo antiguo no necesariamente se oponen; y que la verdad no se construye unilateralmente: sólo la colaboración nos permitirá salir delante de este momento gris.
Debemos ser capaces de rescatar el ejemplo de aquellas profesoras normalistas de noventa años que, con profunda convicción e indiscutible perseverancia, siguen trabajando por construir un mundo mejor, más justo y solidario. Despertar en nuestros niños y jóvenes la fuerza irresistible por mejorar, por valorar sus propias vidas y hacer de ellas una historia extraordinaria.
"Comprendo perfectamente que hoy las principales carencias no sólo pasan por lo material, sino que también por lo afectivo, social y emocional, pero qué complejo debe ser pararse ante una persona de 90 años que continúa ayudando a los demás y decirle que no tienes ganas de estudiar"