El libro
Uno de los hitos de la humanidad es el desarrollo de la escritura, la que permitió a los antiguos sabios plasmar su conocimiento y experiencia a fin de que otras generaciones pudiesen no sólo conocerlas, sino que también continuar desarrollándolas. Sin duda que como todo cambio, este momento debió haber significado una verdadera revolución dentro de la comunidad: seguramente los incipientes escritores debieron haber cargado con una serie de apelativos de provocadores, disidentes de la tradición oral, conspiradores para la destrucción de la cultura y tantos otros que al día de hoy permanecen ante cualquier acción de cambio.
Muy lejos de esta anécdota en la historia de la humanidad, hace un poco más de 1.500 años se imprime el primer libro en occidente con una técnica que sentaría las bases de la imprenta moderna. Desde entonces, el libro se ha convertido en un objeto cultural que, a pesar de la censura, de las hogueras que los han iluminado hasta las cenizas o de la persecución por el portar tales o cuales ideas, hoy se enfrenta a su enemigo más audaz: la desidia.
La actual inmediatez de la información por redes sociales, la manipulación de las publicaciones para favorecer intereses particulares y el mínimo deseo de las personas por hacer trabajar su mecanismo interno para fabricar nuevos pensamientos, tiene al libro en una lucha sin trincheras para conquistar nuevas personas que se encanten con la lectura.
Esta falta de interés se ve reflejada en el mal uso de nuestro idioma, que no sólo articulamos de mal modo, sino que también sub utilizamos reduciéndolo a un conjunto mínimo de palabras, lo que limita el pensamiento ya que no podemos pensar aquello que no tiene nombre. Respecto a esto, el panorama es algo desalentador: la mayoría de los estudios sostienen que un ciudadano medio no utiliza más allá de 1.000 palabras y sólo los muy cultos alcanzan los 5.000 vocablos.
Recuerdo que alguna vez, haciendo clases en que se practicaba la lectura silenciosa al inicio de la jornada, para sumarme, llevaba también mi libro y leía en silencio. En una ocasión me pasé del tiempo asignado y seguí unos minutos más para sorpresa de mis alumnos que esperaban el inicio de la clase. Consultado por qué tanto entusiasmo, me tomé otros minutos y les leí en voz alta un fragmento del texto que entonces tenía en la mano. Sin recordar con precisión los detalles, sé muy bien que, en esa acción, varios comprendieron que un libro es un objeto mágico que nos permite ir a otros lugares, viajar en el tiempo y buscar en nosotros mismos universos que desconocemos.
Como ya lo expresé, es imposible acceder a conceptos o pensamientos nuevos sin palabras y es leyéndolas y escribiéndolas cuando mejor nos apropiamos de ellas, ampliando nuestras posibilidades de explicación y comprensión. En esta tarea, las familias y las comunidades educativas deben generar nuevos espacios para la reconquista del libro como un objeto trascendente: organizar clubes de lectura, compartir lecturas con los niños y adolescentes, recrear escenas de libros, ver películas basadas en libros o historias reales, generar espacios y momentos para una lectura motivadora.
El libro ha dejado de ser una simple herramienta para transmitir información y se ha convertido en un objeto que posibilita el hábito de la lectura, que, a su vez, potencia la reflexión, el pensamiento crítico, la creatividad y la posibilidad de mejorar nuestra comunicación. Que este mes del libro no se nos pase mirando pantallas, sino más bien dando vuelta muchas páginas de aquel libro que espera por nosotros.
"Esta falta de interés se ve reflejada en el mal uso de nuestro idioma, que no sólo articulamos de mal modo, sino que también sub utilizamos reduciéndolo a un conjunto mínimo de palabras"