Una de las preguntas más difíciles de responder a medida que crecemos es quién soy y para qué estoy en este mundo. ¿Cómo se llega a ser lo que se es?, es una pregunta que ya se planteaba Nietzsche en 1888. Actualmente, pocas veces nos detenemos a pensar qué significa SER en esta era digital, donde casi todo es susceptible de realizarse a distancia: dictar una clase, realizar una reunión, generar colaborativamente una investigación, entre muchos ejemplos. No obstante, también se puede robar identidades, defraudar, acosar, confundir, alterar mentalmente, destruir la reputación y la autoestima de una persona y dañarla sin tocarla físicamente.
Vivir y ser en la actualidad implica coexistir entre la esfera digital y física, mal apellidada por años como lo "real", quitando trascendencia a lo virtual, obviando que es parte constitutiva de nuestra identidad. Olvidando que, con cada clic en el celular o dispositivo móvil, internet nos traslada invisiblemente a cohabitar en múltiples realidades que están interconectadas y forman parte de un todo único y complejo, en permanente cambio e inacabado.
Si una identidad digital es vulnerable, la línea correspondiente al "yo" también es insegura. En el caso de niños y jóvenes la Red abre un abanico de posibilidades favorables y desfavorables para su formación y constitución como "ser". El estudio realizado en Reino Unido en 2016, liderado por Jens Binder, concluye que Internet y las redes sociales pueden impactar de forma distinta a jóvenes con una baja autoestima y el investigador chino Dong Liu, en el mismo año, indicó que justamente las personas con baja autoestima, altamente narcisistas y agobiados por el sentimiento de soledad, son los que mayor uso hacen de redes sociales.
¿Se ha puesto a pensar por qué los adolescentes y jóvenes pasan tantas horas en Internet? Claramente toda la interacción que generaciones, previas a la Web, realizaban presencialmente hoy se trasladaron a la Red. Nuestras nuevas generaciones tienen y tendrán otros conflictos. Tener un celular traerá aparejado una serie de beneficios, pero también de riesgos que, para el investigador chino, Li Chen, se agudizarán cuando el usuario vivencie problemas interpersonales; tornándose en uno de los detonadores de la adicción al teléfono móvil con sus múltiples variantes.
Debemos tener presente que Internet y las redes sociales, asimismo, brindan a los adolescentes y jóvenes oportunidades para estudiar y desarrollar su autoestima, establecer y mantener relaciones sociales y explorar su yo sexual. Buscarán en foros virtuales, redes sociales y hasta en dark web, formas de descubrirse a mí mismos y de aprender sobre el mundo y encontrar las respuestas inmediatas -más no necesariamente confiables- que en la esfera presencial no encontrarán, con las posibles distorsiones que ello puede implicar, como en el caso de Keira Bell, quien cambió su sexo y hoy demanda legalmente a la clínica Tavistock en Reino Unido.
La investigación realizada por nuestro equipo y, recientemente publicada, devela que los jóvenes universitarios chilenos no tienen los conocimientos tecnológicos para construir y gestionar su identidad digital. Asimismo, se visualiza que los medios digitales reproducen dinámicas y patrones de comportamiento virtual que reflejan mandatos y comportamientos estereotípicos de género presentes en lo que llamamos el mundo "real" presencial; tales como el hecho que los hombres utilizan con mayor frecuencia alias (apodos) y avatares, declarando tendencias políticas y religiosas y aceptando amistad de desconocidos, a diferencia de las mujeres, aunque ambos son altamente visibles, identificables y rastreables en la Red.
Estos resultados nos invitan a tener presente la fragilidad y sobreexposición a la que se ven expuestos los estudiantes universitarios. La omnipresencia que permiten los teléfonos celulares con geolocalización y datos fidedignos en la red vuelven la construcción de la identidad digital de los jóvenes mucho más susceptible de afectar su ámbito académico y profesional, especialmente, si no tienen conductas éticas respecto de las imágenes e informaciones que publican, ni conocen el impacto legal que les puede acarrear dicha actividad.
Podemos rasgar vestiduras y encontrar cientos de explicaciones y respuestas, pero lo definitivo es que el uso de internet y la masividad de las redes sociales impactan e impactarán a niños y jóvenes en formas nunca antes vista, no sólo como potenciales víctimas, sino también como victimarios.