Si hay una actividad que ha debido replantear de manera significativa sus prácticas en este periodo de crisis sanitaria, sin duda la educación se lleva el podio; no sólo por su estratégica ubicación como uno de los principales motores de la sociedad, sino que también por ser un permanente foco de reflexión y de cambios sobre sí misma y sobre lo que proyecta. Muchos colegas comentan que, si hubiesen implementado estos cambios y transformaciones en un tiempo normal, probablemente hubiesen tardado un par de años o quizás más. Pero la pandemia nos obligó a tomar decisiones sobre la marcha y a buscar al interior de cada comunidad educativa las herramientas necesarias para asumir el desafío de educar en un contexto de distanciamiento y vulnerabilidad.
Todo este ir y venir de reflexiones y cambios nos ha llevado nuevamente a preguntas esenciales respecto a nuestro quehacer, tales como revalidar el sentido de la acción educativa y el propósito de dichas acciones, ¿qué prioridad le asignamos al conocimiento o al desarrollo de habilidades como el pensamiento crítico? ¿Es posible seguir validando la figura del profesor como depositario de la verdad, replicador de saberes y formador ciudadanos cultos? del mismo modo ¿son nuestros estudiantes los receptores dispuestos a retrucar con preguntas que exploren más allá de las expectativas de enseñanza planeadas previamente?
Más allá de la consolidación del uso de las tics al proceso de enseñanza, hay ciertas habilidades comunicativas y de estructura de la clase que nos obligan a reconsiderar la importancia de la interacción con nuestros estudiantes, así como el sentido que tiene la evaluación como evidencia de que se han logrado los aprendizajes esperados en cada asignatura. Es más, la interdisciplinariedad asoma como una necesidad que da respuesta a muchas dificultades que se han evidenciado en este periodo.
El aprendizaje valida la enseñanza plantea Rafael Echeverría en sus "Escritos sobre aprendizaje"(2012), de una manera la adecuación que se ha debido implementar es precisamente la búsqueda de aprendizajes que, de no mediar este cambio, su consecución hubiese sido precaria. Las organizaciones, que flexibilizaron y adecuaron de manera más eficiente sus procesos, sin duda sacaron ventaja por sobre las que no y cautelaron el logro de los aprendizajes por sobre la búsqueda de replicar un modelo que, a todas luces, no se condecía con las condiciones que la emergencia impuso.
Lo anterior nos obligó, como maestros, a asumir el rol de aprendices y la organización toda se tuvo que convertir en un espacio de aprendizaje, no sólo en el ámbito de la docencia propiamente tal, sino que también en los demás dominios de la gestión educativa. El propio fin del proyecto se convirtió en el medio de subsistencia del mismo.
Los resultados del Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA) y del estudio "Vida en Pandemia" expresan, entre algunas de sus conclusiones, la necesidad que tienen los estudiantes de reencontrarse y volver a la presencialidad, validando el carácter comunicacional "en vivo" del fenómeno de enseñanza-aprendizaje, junto con la importancia del soporte emocional que las instituciones educativas deben tener, no sólo para el alumnado, sino también para los docentes y funcionarios.
Tal parece que estamos protagonizando un cambio profundo sin siquiera darnos cuenta o apenas dimensionando el real impacto de sus consecuencias. Como en todo orden de cosas, hay detractores y promotores de dichos cambios, pero independiente de ello, lo que es seguro es que sus consecuencias nos obligan a repensar el sentido de nuestro trabajo y la revisión de nuestras prácticas a la luz de un proceso de cambio que ha llegado para quedarse.
Nos obligó, como maestros, a asumir el rol de aprendices y la organización toda se tuvo que convertir en un espacio de aprendizaje, no sólo en el ámbito de la docencia propiamente tal, sino que también en los demás dominios de la gestión educativa.