Calidad del debate político en el país
Muchos de los políticos creen que el espacio público es equivalente a las redes sociales, donde se destila odio. Una época tan crucial como la que está viviendo el país requiere de una clase política que dé el ejemplo de opción por la tolerancia y diálogo.
Con el paso de los años se ha visto que el debate de ideas fundamentadas que deberían tener quienes ejercen cargos de representación popular, se han ido reemplazando por una guerrilla verbal y por acciones que no enaltecen a quienes han sido elegidos o designados para impulsar el avance del país. En un año electoral se han acentuado las diferencias, con andanadas de diatribas.
Pero hay más señales preocupantes. Los espacios dados por los medios de comunicación -y mayormente por las redes sociales- se han convertido en campo de batalla, lo que se profundiza más cuando se desatan comentarios injuriosos. Muchas veces, políticos y convencionales tienen que salir luego a excusarse por lo que han dicho. La descalificación mutua no le hace bien al país, que ve que la guerra de trincheras se sigue imponiendo como forma de hacer política. Hay un deterioro en la forma de comunicación, en especial de los políticos, llamados a dar el ejemplo.
No se trata de pretender una regulación, sino de apelar a que el diálogo y -mejor aún- la conversación, sea respetuosa, democrática, con argumentos técnicos y con ánimo de escuchar, de ponerse en el lugar del otro. La necesidad de cuidar y respetar el lenguaje y la forma de actuar es una urgencia y prioridad de manera permanente. Una vez más es necesario insistir en que no es bueno seguir dividiendo a la sociedad y continuar deteriorando las relaciones humanas. La ciudadanía espera de sus representantes soluciones a sus problemas y no la guerrilla verbal.
Hay que considerar que las autoridades, los entes públicos y los partidos son sometidos siempre a evaluación. De allí surge la necesidad de estar atentos para detectar las necesidades de la población y contribuir a atender las demandas ciudadanas, más que pensar en sacar provecho de esos cargos que, bien es sabido, ha llevado al ya conocido descrédito de la clase política. El resentimiento contra las élites es evidente y surge en cada conversación.
Para construir el futuro se debe tener presente que la legitimidad es clave. La autoridad está vestida de honorabilidad, pero no basta decirlo, sino que debe ser real. Cuando eso no sucede, la legitimidad retrocede, el terreno cambia y pasa a ser material fecundo para los populismos.