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Preocupación

Han transcurrido 5 años desde que Diana Altamirano, de 34 años, llegó a Osorno procedente de Piura, en el noroeste de Perú. Más allá de construir una nueva vida, su impulso para concretar este cambio radical surgió a raíz de una historia de amor que comenzó a construirse en 2012.

En esa ocasión, debido a que forma parte de la iglesia mormona, viajó a La Paz (Bolivia) para servir en una misión de un año y medio, oportunidad que le permitió conocer a su pareja chilena. Una vez culminado este periodo, ambos se reencontraron mediante Facebook, comenzaron a pololear y, finalmente, se casaron.

A partir de allí tuvieron que decidir dónde vivirían y optaron por Osorno, lugar de residencia de su esposo. De esta forma, la técnico en administración de negocios y de microfinanzas comenzó a recopilar sus documentos para trasladar su vida en una maleta en 2015.

"Trabajamos juntos y, cuando pasó esto de la pandemia, yo dejé de hacerlo. Tenemos un taller de mecánica automotriz, en René Soriano, y estaba en la parte administrativa. Ahora con la cuarentena, igual él sigue laborando en terreno tanto dentro como fuera de Osorno con su salvoconducto", explicó Altamirano sobre su realidad actual.

En este contexto también recibió malas noticias procedentes de Perú, ya que en junio de 2020 su papá se enfermó de covid-19 y permaneció internado más de una semana. "Contrajo el virus en el funeral de su mamá, porque llegó familia de Lima, alguien llevó el virus y lo contagió", enfatizó.

Así partió un difícil proceso en el que Altamirano tuvo que estar al tanto de la evolución de su padre desde la distancia. La preocupación fue aún mayor cuando lo hospitalizaron en la Unidad de Cuidados Intensivos de un agregado habilitado en el hospital de su ciudad de origen, ante la falta de camas durante aquellos días.

"Lo más complicado es la impotencia de no poder hacer nada, por lo mismo que estoy lejos. Esto ha sido cubierto con el apoyo de mi familia de acá, por parte de mi esposo, tengo un respaldo emocional, porque son solidarios en ese aspecto. Saben que mis seres queridos están lejos y yo soy la única en Chile", relató.

Aunque había planes de viajar a Perú, en vista de la contingencia sanitaria esperan que todo esté bajo control pronto para que su hija de 4 años tenga la oportunidad de explorar su otra cultura. "Prefiero quedarme así y mantener esta comunicación constante con ellos", enfatizó.

Comunicación constante

En el caso de D. Erns André Fils-Aimé, de 26 años, la idea de emigrar nació del sueño de buscar calidad de vida y mejores oportunidades. Oriundo de la comuna de Maïssade, en Haití, estuvo un tiempo en República Dominicana, donde estudió informática y nació el plan de viajar a Chile en 2014.

"Siempre quise ir a Brasil por motivos de educación, porque es un país que facilita la educación a los migrantes. Algo que yo tenía a favor es que hablaba español, no portugués y al final mi mamá me convenció que viniera para acá", comentó André, quien finalmente aterrizó en el país hace 3 años y 8 meses.

Debido a que conocía personas en Osorno, la ciudad se convirtió en el destino ideal para domiciliarse. Esta facilidad le permitió adaptarse progresivamente, conseguir un empleo y unos meses después cambiarse a su cargo actual como inspector en un colegio, respaldando en tareas de traducción.

"Gracias a Dios no me ha costado hablar español, llegué con trabajo, eso es lo más difícil para un migrante. El reto fue el clima, uno está acostumbrado a temperaturas más cálidas y vienes a un lugar muy helado. Pero a lo largo del tiempo te acostumbras", agregó.

Este espíritu de ser un inmigrante es una cualidad compartida con su familia cercana, que reside en República Dominicana. Constantemente lo inspiraban a que concluyera su educación media e hiciera la etapa superior en una universidad del extranjero.

En el transcurso de la pandemia ha mantenido el contacto con sus parientes a través de las redes sociales, así como de herramientas de videollamada. Afortunadamente, ninguno de ellos ha resultado contagiado y su papá, docente de matemáticas y física, ha podido continuar con su rol pese a las adversidades.

Desde su perspectiva "lo que nos favorece es el tiempo. Si fueran dos décadas antes, tendríamos que mandarnos cartas. Hoy en día con la tecnología podemos conversar frecuentemente".

Crecimiento familiar

La conexión con las localidades de origen, más aún en épocas tan inestables, permanece intacta sin importar la cantidad de años que haya pasado. Así lo considera Annabell Salazar, quien tiene 18 años en territorio chileno, hasta donde llegó con su esposo, dos hijas y se convirtió en el lugar de nacimiento de sus dos nietos, una de 7 y otra de 2.

"Algo que yo tenía a favor es que hablaba español, no portugués, al final mi mamá me convenció que viniera para acá".

D.Erns André Fils-Aimé, Inmigrante

"Lo más complicado es la impotencia de no poder hacer nada (...) esto ha sido cubierto con el apoyo de mi familia de acá".

Diana Altamirano, inmigrante