La pandemia ha obligado a que muchas personas tuviesen que modificar sus hábitos, entre ellos el de transporte y de actividades físicas. Por ello no resulta extraño que muchos osorninos hayan optado por el uso de la bicicleta, en una ciudad que ofrece una interesante red de ciclovías, quizá no la suficiente, pero lo cierto es que en el último tiempo han aumentado estos espacios.

Lo concreto es que el uso de la bicicleta ha asomado como una alternativa económica, eficaz y segura para el transporte en la capital provincial.

A esto se agrega el uso que se le da a este vehículo para actividades deportivas y recreativas, especialmente en esta época del año, lo que explicaría el fuerte aumento en las ventas de este producto en el comercio y también la alta demanda de los talleres que reparan y acondicionan las bicicletas.

Para dar cabida a ese creciente número de personas que usa la bicicleta, en Osorno se ha construido una red de ciclovías que permite un desplazamiento más seguro en estos vehículos. Sin embargo, insistimos, aún resta mucho por avanzar, especialmente en la conectividad de estas rutas y en la mantención que se les debe dar, toda vez que algunas se hallan con una insuficiente mantención.

También se hace necesario educar a la ciudadanía en el uso del espacio público, ya que es fácil apreciar a diario a peatones caminando por espacios habilitados especialmente para las bicicletas, o bien vehículos que no respetan el paso preferente de los ciclistas.

Asimismo, como contrapartida también es frecuente ver bicicletas desplazándose por las veredas, sin respetar un espacio que es exclusivo de los peatones. Dado el actual contexto de vida impuesto en el país por la pandemia, se entiende que el uso de la bicicleta tenderá a aumentar constantemente, más cuando esto va en línea con una tendencia mundial que fomenta el uso de medios de transporte más saludables y amigables con el medio ambiente. Por ello, es urgente que se considere la posibilidad de aumentar la inversión en esta área a nivel de infraestructura, así como en la educación de la ciudadanía.

Una de las medidas centrales para producir el distanciamiento social necesario para mitigar los contagios del covid-19 incluyó el cierre de establecimientos educacionales, lo que significó trasladar el almuerzo de niñas, niños y adolescentes desde el casino escolar al hogar.

Los Programas de Alimentación Escolar (PAE), que otorgan una o más raciones de comidas preparadas y calientes, servidas y consumidas al interior del recinto escolar, atienden a un 87% de la población escolar mundial, unos 85 millones de beneficiarios en América Latina y el Caribe y en Chile 1.854.398 escolares (cifra de 2016) lo que corresponde a una cobertura de un 56% de la población escolar.

Los PAE brindan un porcentaje importante de las calorías y nutrientes requeridos en su alimentación diaria. Son además espacios de primera socialización del "comer juntos" y los menús y prácticas institucionales de comensabilidad varían con idearios nacionales sobre "el correcto comer".

Durante el año académico 2020, con el cierre de escuelas, la entrega del PAE se tuvo que adaptar desde la provisión de raciones calientes a canastas con productos, para que dichos ingredientes sean preparadas en los hogares. Con el traslado del almuerzo a casa, se pierden elementos de la experiencia de comer con los pares y los aprendizajes que esto conlleva a nivel interaccional y simbólico.

En un contexto de pandemia que ha alterado todos los aspectos de la vida cotidiana, cabe preguntarse sobre los escenarios actuales de alimentación de nuestras niñas y niños. ¿Almuerzan con familia? ¿En el comedor o la pieza? ¿Qué conversaciones escuchan mientras comen? ¿Comen en compañía de una pantalla de teléfono, redes sociales o TV?

Tanto aquellas familias que están desbordadas por las superposición de teletrabajo, tareas domésticas y de cuidado y supervisión de educación remota; como quienes han perdido sus fuentes laborales y están vulnerables a situaciones de inseguridad económica, alimentaria, están en condiciones de extremo estrés. Con estos antecedentes, es razonable anticipar que el largo confinamiento tenga efectos duraderos y prejuiciosos en la cultura alimentaria de quienes han sido niñas y niños durante esta pandemia.

Jael Goldsmith, profesora asociada Ceder