El Padre Guarda: un alma buena que emprendió el vuelo
La ciudad se moja con la lluvia pertinaz y por la humedad permanente de sus ríos que la rodean. Los jardines siempre verdes, sus casas de madera forradas con lata oxidada, los parques moteados por coloridos rododendros y azaleas, tan propios de ese ambiente, le dan ese aire de ensueño que sus habitantes saben apreciar.
En esa Valdivia de los años cuarenta, el joven Fernando Guarda se mostraba retraído, callado, contemplativo, pero enamorado del terruño que lo vio nacer, de las ruinas de los fuertes de Corral, Niebla y Mancera, que admiraba cada vez que su padre le contaba que fueron diseñados y custodiados como castellano por su antepasado Jaime De la Guarda, llegado desde España en 1736.
Fernando no era un buen alumno, pero le interesaba saber de sus antepasados y de los antiguos valdivianos que poblaron la plaza militar. Mucho influyó en él su abuela paterna, con quien rezaba diariamente el rosario y después le oía relatos de antepasados que fueron importantes.
Atravesaba de costumbre la plaza de Armas e ingresaba a la catedral para revisar el archivo parroquial donde se guardaban los bautizos, matrimonios y defunciones del siglo pasado. Esta distracción lo perjudicó en sus estudios en el colegio de los Salesianos y se cambió de establecimiento, hasta que finalmente sus padres lo enviaron al internado Barros Arana de Santiago, dentro de cuyos muros lloró de rabia y soledad al comparar el paisaje valdiviano con los patios y muros cementados del internado. Durante esos años de penas y nostalgia quizás se incubaron sus ideas de investigar y escribir sobre su ciudad extrañada,
Y como también le atraían los estilos arquitectónicos desarrollados durante tiempos pasados en Santiago y el sur, apenas egresó del Internado se matriculó en 1947 en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica. Sin embargo, Fernando se mantenía inquieto por la historia y comenzó a concurrir casi a diario a la sala Medina de la Biblioteca Nacional, donde comenzó a investigar rudimentariamente la historia de Valdivia.
Mientras él solicitaba un libro con temor y hablaba en voz baja, sus modales acusaban una gran compostura. Instalado en su mesa de trabajo, leía sin levantar la cabeza y anotaba los datos que ordenaba, según un índice inventado. Lo rodeaban jóvenes que llegaban a cumplir tareas obligadas, pedían libros que leían apresurados, rayaban y devolvían, fumaban y conversaban en voz alta sin respeto por el silencio obligado.
Su personalidad llamó la atención de Guillermo Feliú, el conservador de la sala Medina de la Biblioteca Nacional y lo llamó para conversar con él. Fernando le dio a conocer su plan de la historia de Valdivia y le habló de sus andanzas por otros archivos históricos.
"La tranquilidad de sus opiniones, la madurez de sus reflexiones, el vivo espíritu de sus ilusiones, que se trasparentan en un rostro sereno, que dibuja una activa fuerza interior, la ponderada circunspección del carácter y la emanación de un sentido de belleza que fluye de su alma, me unieron a este joven con una íntima simpatía y hasta -debo decirlo francamente- con una sincera admiración", escribiría más tarde Guillermo Feliú, en el prólogo de la primera obra escrita de este novel historiador.
A fines de 1951, el jurado nombrado por la Municipalidad de Valdivia para emitir fallo acerca de las obras que se presentaren al concurso abierto por la corporación para premiar la mejor historia de la ciudad, se reunió para analizar la única obra presentada. Esta consistía en un texto escrito a máquina en papel oficio de 326 folios, ilustrada con cerca de cuarenta fotografías. La memoria estaba suscrita por El Escribano, el seudónimo usado por el joven Fernando Guarda, y el jurado presidido por Guillermo Feliú lo revisó concienzudamente capítulo por capítulo, concluyendo que era un trabajo de considerable mérito por la investigación realizada. Que se trataba de una obra que revelaba dominio de la técnica histórica y que iluminaba con claridad un buen período de nuestro pasado.
El texto Historia de Valdivia 1552-1952, firmado por Fernando Guarda Geywitz, obtuvo el primer premio y la obra fue publicada en 1953 por la Editorial de la Universidad Católica.
Pleno de satisfacción, ese mismo año Fernando partió rumbo a Europa con el fin de perfeccionar sus estudios de arquitectura y allá continuó con sus investigaciones históricas, visitando el Archivo General de Indias y documentándose sobre urbanismo colonial.
De regreso al país, siguió su formación histórica y se integró al grupo de historiadores discípulos de Jaime Eyzaguirre, donde encontró un rico núcleo académico. En 1958 se tituló de arquitecto y 15 días después ingresó a la Orden Benedictina, donde se ordenó como sacerdote en 1968, cambiando su nombre civil por el de Gabriel Guarda.
Su primer contacto con los Benedictinos se había entablado cuando ingresó a la Universidad Católica y los estudiantes escuchaban los cantos gregorianos de la orden, en el Teatro Municipal. Tiempo después comenzó a asistir periódicamente a la misa del monasterio de la orden y a relacionarse con los monjes, lo que lo llevó a que, una vez titulado de arquitecto, ingresara a la orden.
Durante los años que duró su formación histórica realizó estudios de teología y filosofía, suspendiendo temporalmente sus investigaciones históricas. A partir de 1968 se integró a la Universidad Católica como profesor de Historia de la Iglesia e Historia Urbana, aprovechando esa salida semanal del monasterio para retomar sus visitas al Archivo Nacional y a la Biblioteca Nacional y así avanzar en sus investigaciones sobre la historia urbana y social de la población austral chilena, especialmente de Valdivia.
Aporte a la zona sur
A partir de 1970, su trabajo de tantos años comenzó a dar sus frutos y empezó a publicar artículos y libros especializados sobre el período colonial. Luego le siguieron publicaciones sobre la sociedad austral, especialmente de Valdivia y Osorno, todas las cuales le valieron que fuera galardonado con el Premio Nacional de Historia en 1984, a la edad de 55 años.
En las décadas siguientes, el padre Gabriel Guarda continuó con sus investigaciones, acumulando más de 300 publicaciones, entre ellas las más destacadas: Historia Urbana del Reino de Chile (1978); Los Encomenderos de Chiloé (2003); Iglesias de Chiloé (1984); La nueva historia de Valdivia (2000); La tradición de la madera (1995); El Arquitecto de La Moneda Joaquín Toesca 1752-1799; Una imagen del Imperio español en América (1997); su monumental estudio sobre La sociedad en Chile Austral antes de la colonización alemana 1645-1845, publicado en 1979; Cartografía de la colonización alemana 1846-1872 (1982); Flandes Indiano, las fortificaciones del reino de Chile 1541-1826 (1990); La Edad Media de Chile-Historia de la Iglesia (2016).
Cuando comenzaba su formación espiritual, se le pidió que en conjunto con el hermano Martín Correa diseñara un nuevo templo para la orden, tarea que llevó a cabo entre 1960 y 1964. Una vez terminada y entregada la construcción, fue considerada como una de las obras más relevantes de la arquitectura moderna chilena, siendo declarada Monumento Histórico Nacional en 1981.
El 5 de febrero de 1970, con ocasión de la celebración de los 150 años de la toma de Corral y Valdivia por Lord Cochrane, la Municipalidad de Valdivia le rindió el homenaje que se merecía y lo nombró Hijo Ilustre de Valdivia.
Su intensa labor de rescate del patrimonio cultural arquitectónico de Chiloé, Osorno, Valdivia, Colchagua y Valle de Elqui, y su participación como arquitecto en la catedral de Valdivia y la capilla del Monasterio Benedictino, lo hicieron merecedor del Premio Bicentenario el año 2003 y el Premio Conservación de Monumentos Nacionales en 2004.
El padre Gabriel Guarda es catalogado como uno de los principales intelectuales del siglo XX, de la talla de Barros Arana, Vicuña Mackenna y Andrés Bello. Así como hubo una generación que construyó este país en el siglo XIX, que incluyó a Domeyko y Claudio Gay, el padre Gabriel Guarda ha dejado un legado trascendental para la identidad del país. Su gran foco de atención fueron las regiones del sur, especialmente Valdivia, Osorno y Chiloé.
La madrugada del 23 de octubre de 2020 amaneció dormido para siempre en su habitación del Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad. En enero había cumplido 92 años y era Abad Emérito.
Su cruz Abascal de lapislázuli y su añosa Biblia fueron depositadas por manos piadosas con amor y cariño sobre su féretro que descansaba en la misma iglesia moderna que diseñó y construyó; y mientras sus hermanos oraban en silencio, el coro de música gregoriana inundaba los espacios sagrados de la capilla y los pasillos desiertos del monasterio.