Un realidad latente
Chile ha sido reconocido como un país alejado de los excesos y la corrupción, sin embargo, esa imagen se ha ido perdiendo progresivamente. Según un estudio de la ONG Transparencia Internacional, casi un tercio de los latinoamericanos pagó sobornos para acceder a servicios públicos.
La corrupción es un fenómeno que ataca de preferencia a los países latinoamericanos y a las democracias jóvenes, y que genera un impacto negativo en el desarrollo, por la desconfianza en el sistema institucional y por el mal uso de recursos que podrían utilizarse en áreas deficitarias.
Por años, Chile ha sido reconocida como una nación alejada de los excesos y la corrupción, sin embargo, esa imagen se ha ido perdiendo progresivamente, mientras se conocen hechos delictivos en gran parte de la sociedad.
El problema se presenta no solo a nivel de las instituciones, sino también personal. Hace unas semanas se conoció que 437 mil chilenos mintieron para obtener un bono estatal para la clase media, entre los cuales hay unos 37 mil funcionarios públicos, en un hecho que si bien no es homologable a los casos anteriormente mencionados, parece revelador de la laxitud con que se aborda lo correcto y lo ético.
Según un estudio realizado en 2018 por la ONG Transparencia Internacional, casi un tercio de los latinoamericanos pagó sobornos para acceder a servicios públicos, concluyendo que existe un alto nivel de corrupción en Latinoamérica. Chile ha tenido un desempeño con altibajos en los últimos años. En 2018 descendió un puesto, pasando del 26 al 27 (en lo que fue el cuarto retroceso consecutivo desde 2014) y se recuperó el año pasado al regresar al 26.
Es cierto que los rankings internacionales no son demoledores; sin embargo, el problema existe y cada cierto tiempo un nuevo escándalo nos recuerda que el deterioro del comportamiento es real, porque para muchos, todo vale con tal de conseguir sus objetivos. Lo bueno es que nos sorprendemos, pero lo malo es que hacemos poco por erradicar esa conducta. También es cierto que no son las instituciones las corruptas, sino algunas personas que trabajan en ellas, por lo que no se puede generalizar ni estigmatizar. Ante estos casos, como falsear datos para obtener beneficios, la toma de acciones es urgente y debe venir de las propias instituciones, que son las encargadas de dar respuesta para corregir tal realidad.