Convivencia democrática
Por definición, el sistema democrático implica la renuncia a la violencia como método de acción política. Los partidos políticos debiesen condenar de manera explícita la utilización de la violencia, separándola de la protesta pacífica.
En la intimidad de la urna y provistos de un lápiz y de su conciencia, los ciudadanos del país tendrán el próximo domingo la responsabilidad de manifestar su posición frente a la opción de aprobar o rechazar el inicio de un camino hacia una nueva Constitución. Tal como ha ocurrido en la historia democrática, aquella jornada, de principio a fin, debería situarse dentro de las mejores tradiciones de civilidad de un país que resuelve sus controversias y decide su destino mediante el sufragio libre e informado. Gane quien gane, todos los integrantes del país habrán de aceptar el resultado y apostar por continuar con su posibilidad de expresión de ideas y convicciones ideológicas en la búsqueda del bienestar de todos los chilenos.
Ese es el camino de una nación civilizada y comprometida con la democracia, no el uso de la violencia como método de expresión política que pequeños grupos han estado tratando de imponer en los últimos meses -aprovechando las legítimas manifestaciones de protesta-, y que se reactivó el fin de semana pasado, a propósito del aniversario del 18 de octubre. La democracia es un sistema político que resuelve las diferencias de forma pacífica, mediante las elecciones y el debate político; y esa sola condición debería excluir a la violencia como mecanismo de expresión o imposición de ideas. El mínimo fundamental de la convivencia democrática es precisamente la renuncia al uso de la violencia de uno y otro bando, y que ésta quede supeditada a los organismos del Estado, regulado en un adecuado equilibrio de los tres poderes, Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
A tan pocos días del plebiscito, cada uno de los actores políticos debería abrazar con hechos y palabras su compromiso con la democracia y la renuncia al uso de la violencia. Cuando ésta se empieza a justificar por razones políticas o sociológicas, el camino queda abonado para que cualquiera termine emulando la misma vía.
Los políticos deben estar a la altura de las circunstancias de lo que exige la inmensa mayoría del país: decidir en forma pacífica, en la intimidad de la urna, el destino de Chile. No hay otra vía.