El clima es un bien público general global que tiene una incidencia directa en el desarrollo de la agricultura y en la soberanía alimentaria de un territorio. Ya no existen dudas que el cambio climático entendido como variabilidad extrema del clima representa un problema importante para la agricultura familiar en cuanto pone en riesgo su producción de alimentos que destina en una parte importante para su propio sustento.

La agricultura se está viendo afectada porque el aumento de precipitaciones genera daños en los cultivos, como por ejemplo, erosión de los suelos, con la consiguiente pérdida de materia orgánica. Asimismo, las temperaturas más altas generan sequías que afectan directamente la fertilidad del suelo.

Responder a estos cambios requiere asumir un nuevo paradigma en la producción y consumo de alimentos. La construcción de respuestas locales desde la agricultura familiar está relacionada con el desarrollo de estrategias de resiliencia que permitan adaptarse al cambio climático. En este sentido, se pueden mencionar desde el lado de la producción, por ejemplo, la utilización de variedades locales de semillas tolerantes a las sequías, cosechas de aguas lluvias, policultivos, sistemas silvopastoriles, recolección de plantas silvestres, entre otros.

Promover la resiliencia de la agricultura familiar ante el cambio climático, es de importancia manifiesta. Una herramienta valiosa para lograr lo anterior es el desarrollo de un sistema de extensión agraria con enfoque participativo y territorial, que fomente la transferencia horizontal de experiencias exitosas. Estos sistemas de extensión que difunden tecnología, considerando el conocimiento tácito de los agricultores, son inexistentes en el país en las últimas décadas. La política agraria debe desarrollar acciones que puedan fomentar la adaptación de sectores vulnerables como la agricultura familiar, a los impactos negativos del cambio climático.

Esta necesidad es una constante que crecerá día a día por las consecuencias que provocará el cambio climático en el medio rural.

Sandra Ríos CEDER de la Universidad de Los Lagos (ULagos)

El mundo tiene olas de cambio, como la biotecnología, o la libertad de comercio, internet y antes la imprenta, los viajes aéreos, la penicilina, los procesos de pasteurización, religiones y, en general, los grandes inventos, que son algo más complejo que el mero artefacto que resulta creado.

La historia y el futuro se entienden de esa forma, donde es mejor hablar de procesos, es decir, de hechos que gatillan fenómenos más complejos que debemos saber surfear a riesgo de morir aplastados.

Pasó, por ejemplo, con la televisión. No es un solo gran invento, sino la conjunción de muchos descubrimientos que dialogan entre sí. Su éxito, no sería posible sin los aparatos electrónicos creados para ello, como televisores computadores, o teléfonos inteligentes.

En el caso de nuestro país, no hay grandes desarrollos en este ámbito. No producimos computadores ni estamos a la vanguardia de las creaciones tecnológicas.

Sin embargo, tenemos una industria potente y global, como la minería, desde la cual podemos hacer innovaciones y transformaciones que pueden irradiar experiencia y resultados a otras actividades. .

Lo que parece una desventaja, puede, sin embargo, transformarse en una oportunidad para desarrollar la interconexión digital de objetos cotidianos mediante internet a una escala enorme, precisamente porque las máquinas tendrán un rol protagónico en la minería subterránea y en todas las actividades anexas que de allí se desprendan.

Para que esto suceda, porque este desarrollo no existe en el mundo, debe, indudablemente, existir una visión compartida entre los sectores privado, público, las universidades; ya que esto puede modificarse en una catapulta que lleve al país a otro estadio.

Debe quedar absolutamente claro que estamos a tiempo de hacer algo distinto para Chile, algo que sobrepase largamente la minería y sea capaz de ser un faro inédito para el mañana de la nación.