Preocupados por la reciente explosión de gas en una casa y que dejó a su arrendador en grave estado de salud y tratándose sus serias quemaduras en un hospital de Santiago, los vecinos de la villa Jardín del Alto, en el sector de Ovejería, levantaron la voz esta semana para exigir mayores claridades acerca de un incidente que aunque es aislado, requiere ser investigado con la máxima seriedad y prontitud para llevar tranquilidad a los residentes; o bien para realizar las correcciones que ameriten, además de las acciones judiciales que eventualmente se pudieran derivar. El episodio se produjo en la noche del pasado sábado, cuando Javier Godoy, profesor de matemática, resultó con graves lesiones al registrarse una explosión de gas en su domicilio, en los mismos instantes en que personal de la empresa Lipigas desarrollaba labores en el sector tras recibir reclamos de los vecinos por una baja de presión en el servicio del gas que se distribuye por cañería.

Aquí es donde las versiones se contraponen, pues mientras la compañía asegura que sus faenas se efectuaron bajo las normas de seguridad pertinentes, los propios residentes de la villa, en una concurrida asamblea realizada esta semana, aseguran que hubo fallas básicas en el protocolo seguido. De acuerdo a su relato, el personal no avisó a las familias que se harían pruebas para limpiar las redes de gas, así como que los operadores no portaban la respectiva identificación de la empresa.

En lo inmediato, los residentes solicitaron a la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (SEC) que revise las instalaciones de las cañerías de gas en el sector, labor que si bien probablemente demandará tiempo y personal del organismo, se justifica del todo para garantizar la seguridad de los hogares. Tan relevante como ello es que la investigación que se efectúa para averiguar las causas de la explosión avancen rápidamente.

En momentos en que la ciudad experimenta tiempos de cambio en su matriz energética para combatir la contaminación, es vital que este episodio se aclare con celeridad. Lo demanda tanto la familia del profesor como la propia comunidad.

Etimológicamente hablando, la palabra trabajo deriva del latín "tripalium", que era una herramienta parecida a un cepo con tres puntas o pies que se usaba inicialmente para sujetar caballos o bueyes y así poder herrarlos. También se empleó como instrumento de tortura para castigar esclavos o reos. De ahí que tripaliare significa "torturar", "atormentar", "causar dolor".

Es tal vez por este doloroso origen que aún en tiempos actuales el trabajo se asocie con una pesada carga, de la cual mientras antes nos libremos, más dichosos seremos. En línea con los deseos así manifestados, están en discusión iniciativas legales que buscan reducir la jornada de trabajo, que cuentan, como es de esperar, con apoyo popular.

Si queremos mantener o mejorar el acceso a bienes y servicios trabajando menos, estamos obligados a hablar de productividad. La productividad es la relación que existe entre la cantidad de producto realizado y los recursos utilizados para obtener dicha producción. Durante los últimos 15 años, nuestro país muestra una preocupante desaceleración en este índice. Las causas, según la OCDE, se encuentran principalmente en la alta concentración y poca competencia de nuestros mercados. La falta de actores y excesivas regulaciones no estimulan el emprendimiento y la consiguiente migración de recursos hacia empresas más eficientes.

Entonces, cuando hablamos de mejorar la productividad bajo este modelo, la entendemos como pagar el mínimo posible mientras ganamos el máximo. Este tipo de estrategia agota los recursos, principalmente a las personas, estresa a las organizaciones y las enferma, arriesgando incluso su existencia y competitividad global.

Existe otro tipo de productividad, la versión moderna. Desconcentrada. Menos burocrática. Que permite la entrada de más actores. Con organizaciones menos jerarquizadas. En donde no existen tantos jefes ni supervisores, puesto que cada cual conoce bien su labor y la realiza sin "sacar la vuelta". Las últimas cifras entregadas por la Comisión Nacional de Productividad indican que los chilenos producimos un 46% de lo que registra un estadounidense. Por lo tanto, si llegáramos a ese estándar sólo necesitaríamos 21 horas laborales a la semana para realizar nuestro trabajo.

Por atractivo que parezca, no basta con legislar para que sea una realidad. Debemos enfrentar el trabajo de otra forma y cambiar nuestra arraigada costumbre de procrastinar. Debemos también planificar y comprometernos, lo que no parece nada fácil en el país de "…en el camino se arregla la carga". ¿Trabajar menos? Sí, pero antes, trabajando mejor.

Alicia Vesperinas, ingeniero civil estructural

y presidenta de la CChC Osorno